“el mono sabe en qué palo trepa”

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Parecerá ramplón el título de esta columna. Pero reza así adagio brotado del fecundo ingenio popular. Refrán bastante descriptivo que nos trae a la mente la imagen figurada de un primate asido de las ramas de un árbol columpiándose con habilidad pasmosa en la fronda del bosque.
Conocen por instinto los antropoides la pericia que les dio natura y la emplean sin pausa en su peregrinar continuo por el follaje umbrío que los alberga y pródigamente les dispensa recursos para la subsistencia. Esos ágiles habitantes de la selva lo que de ella toman les pertenece por designio del Creador. No hurtan nada. Satisfacen su mínimo vital con los productos que a perpetuidad les donó el autor del Universo. Los simios no evolucionaron; no tienen el don de la racionalidad; por eso no disciernen; no hablan, sólo emiten sonidos guturales; tampoco poseen atributos intelectivos y volitivos, por cuya carencia no pueden ser sujetos de imputabilidad. Pero es que, dentro de su especie natural, tienen la virtud de no ser ladrones ni criminales. Por contraste que conturba, vemos en el linaje humano especímenes dotados de alma y cerebro, de capacidad de saber y de querer, que en el cosmos abigarrado de la sociedad civil tratan de imitar a los primates: no emulando con ellos en el hábitat selvático, obvio; empero sí colgándose de las tres ramas del gigantesco y frondoso árbol del poder público. De ellas se agarran y con voracidad insaciable y ausencia absoluta de pudor, como langostas devastadoras deshojan las arcas del erario.

En la avidez de saqueo nada los detiene. Temor a la ley divina, no tienen. Mofa hacen de la prohibición de robar y de matar contenida en el Decálogo. De Dios ¿se acordarán? De pronto, en instantes de tribulación. O cuando se persignan implorando éxito en el reato y puntería para no errar el disparo letal. El peso de la justicia colombiana no los intimida. Seguros están que no recaerá sobre ellos. “Saben en qué palo trepan”. Los anuncios estereotipados de los voceros de los entes de control disciplinario, fiscal y de la Fiscalía de que van a perseguir con contundencia a los delincuentes y a los criminales los entienden como la alerta que le lanzan los campaneros a los rateros en faena con el fin de que estos se resguarden y después los buscan para repartirse el botín. Los monos de la rapiña, percatados están de que el manto de la impunidad los cubre. Con astucia redomada premeditan el asalto al tesoro y con ánimo frio y calculador procuran que el saqueo sea tan cuantioso que pingues réditos les deje a los orangutanes, a los simios menores y a los miquitos titíes del concierto delictivo. Por supuesto que habrá tula gruesa para los gastos de connotada defensa técnica que incluya las artimañas dilatorias que frustren el impuso investigativo y denarios jugosos para comprar la impunidad. Impunidad que genera más delincuencia.

Impunidad que se convierte en patente de corso para que los corruptos continúen apertrechados en las ramas de la hacienda oficial manejando la empresa criminal. Mientras haya esa cáfila de timadores del fisco y cuenten estos con la indulgencia de servidores públicos venales, jamás se acabará la corrupción. Todo intento por rescatar el imperio de la justicia será inocuo. En medio de semejante crisis moral, nos ataca el Covid-19. El gobierno nacional asigna billonarios auxilios en dinero y en especie para conjurar la emergencia; los entes territoriales participan en la logística del reparto de las provisiones. ¡Qué peligro! Surgen voces que denuncian manejo demagógico, proselitismo político e inadecuada distribución de alimentos, bienes y servicios. Gentes vulnerables, necesitadas, no se dejen robar ni plata ni comida.