La ambientalista Greta Thunberg

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Hace siete años escribimos en esta columna un artículo sobre las consecuencias de arrojar desechos a calles y ríos.

Esos elementos, generalmente de plástico u otros materiales no biodegradables, terminan en los mares. Por eso hablamos en esa ocasión sobre la creación de “islas basura”. El tema es inagotable. Un periodista de reconocimiento internacional declaró hace menos de un mes que la protesta contra la contaminación del medio ambiente es un embeleco. Se refería a las denuncias que en forma vehemente ha dado a conocer Greta Thunberg, adolescente sueca que con actitud airada recibió la presencia del presidente Donald Trump en una reunión de la ONU. Recuérdese que el mandatario de los Estados Unidos se ha negado a firmar acuerdos, entre ellos el de Kioto, porque considera que “el cambio climático no existe”.

     Con frecuencia las noticias nos informan sobre tragedias ecológicas que contaminan los mares del mundo. Una de esas catástrofes es sin duda la formación de una “isla de basura” descubierta por científicos estadounidenses en 1988. Según estudios realizados contiene 100 millones de toneladas de desechos y se extiende desde la costa de California hasta Japón, pasando por Hawaii. Si tenemos en cuenta que comenzó a formarse en la década de los años cincuenta y ha alcanzado una extensión de 1.400.000 kilómetros cuadrados –cabe allí seis veces Inglaterra– su crecimiento en el futuro debe preocuparnos. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas, los desechos plásticos causan la muerte a más de 1.000.000 de aves marinas cada año y a más de 100.000 mamíferos marinos. Las aves ingieren encendedores, cepillos de dientes, tapas de botella y otros objetos al confundirlos con comida. Se estima que el 80% de la basura proviene de zonas terrestres; los barcos que surcan los océanos son culpables del 20% restante.

     Últimamente, ante las evidencias irrefutables del perjuicio que ha sufrido la naturaleza por causa del abuso del homo sapiens contra su propio entorno, muchos países han comenzado a prestar atención a la catástrofe que parece cernerse sobre el ser humano. Esta reacción debió producirse hace décadas. Hoy tenemos que darle la razón al vate colombiano Julio Flórez, quien afirma en uno de sus poemas: “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”

     Greta Thunberg, la joven activista antes mencionada, pregona a los cuatro vientos que los adultos de hoy –nadie menos que nosotros– somos culpables por el planeta enfermo que dejaremos a los niños actuales y del futuro. ¡Cuánta verdad encierran esas palabras! Así es: somos culpables. En el plano regional, no olvidemos –no debemos olvidar— el derrame de aceite que una empresa causó en la rada de Taganga el 23 de abril del 2008. De las consecuencias de ese desastre ecológico no se habla, pero los daños fueron irreparables. Hemos visto sacar de la bahía de Santa Marta bolsas plásticas, botellas de toda clase, zapatos, juguetes, colchones, llantas; en una brigada de limpieza de playas rescataron una nevera y un inodoro. Estamos lejos de contar con planes y recursos para garantizar la salud de nuestros mares. Sin embargo, se dice que Australia creará la mayor red mundial de reservas marinas. Este proyecto supondrá el aumento del número de reservas, lo que significa un alivio para la supervivencia de las especies más amenazadas.

     Para cerrar este comentario con palabras de Greta Thunberg, citemos sus palabras: “La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y ustedes de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno”. El presidente Trump, sarcástico como de costumbre, tuvo para ella una estúpida respuesta: “Parece una chica joven y feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Qué bonito!”