Vulgaridad y obscenidad: ambas condenables

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Hay diferencias entre "vulgaridad" y "obscenidad". La vulgaridad consiste en la práctica de costumbres propias de personas poco cultas, sin conocimientos avanzados en el trato con los demás.

Podría decirse que se trata de gente del común, que en épocas pasadas se denominaban con el término 'vulgo'. No quiere esto decir que una persona llamada culta, erudita, sociable, no incurra en actitudes vulgares. De hecho, hace unos días, el lunes pasado, un alto juez de la república agitó su toga en la cara de periodistas que trataban de interrogarlo. Ese fue un gesto vulgar de una persona 'culta'.

Por lo general, en la Costa consideramos vulgar ciertos gestos o ademanes bruscos. Los ejemplos serían innumerables. Si una persona llama a otra a gritos, de extremo a extremo en un centro comercial, vemos esa actitud como vulgar.

Si eso ocurre dentro de una iglesia o en medio de un sepelio, habrá miradas de reproche para el 'corroncho' vociferador. Más todavía: los profesores --los de español, sobre todo-- enseñamos que son vulgarismos las palabras 'cosa', 'algo', cosiánfira', 'esto', 'algo' y otras. Pero la que con más frecuencia se oye y condena es 'vaina'.

Los abuelos advertían: "no digan 'vaina' porque es una mala palabra". Eso no es cierto; se le considera vulgarismo porque la persona que la usa renuncia a nombrar un objeto por su nombre y acude a los términos 'vaina', 'cosa' y hasta 'joda', asumiendo así una actitud propia del vulgo, de los poco ilustrados. Esos vulgarismos 'inofensivos' empobrecen el lenguaje.

Podríamos seguir disertando sobre los vulgarismos del idioma sin caer en el campo prohibido de la obscenidad, aunque entre ambos conceptos muchas veces no hay sino la intención de quien escoge una u otra opción.

En la literatura existe lo que se llama "carnavalización". Consiste en romper las reglas tradicionales del relato en una obra (cuento, novela, drama…) y combinar intervenciones irreverentes de algunos personajes considerados impertinentes, lo que algunos llamarían 'sapos', 'lambones', etcétera.

Esta particularidad literaria ha sido motivo de profundos estudios y es propia de todas las comunidades lingüísticas. En la carnavalización lo vulgar convive con lo culto; como en las comparsas de carnaval. Predomina el irrespeto, pero permitido.

En cuanto a lo obsceno, su componente principal es la intención del individuo. Una actitud vulgar puede convertirse en obscena. Generalmente lo obsceno se basa en lo sexual o en lo escatológico. Caminar por la playa en pantaloneta es normal.

Asistir en pantaloneta a una ceremonia como conferencia, sepelio, graduación, puede resultar vulgar pero no es obsceno; en cambio bajarse la pantaloneta en eventos como esos, es un acto abiertamente obsceno. Estos últimos casos son condenables, por supuesto.

Si queremos una conclusión de todo lo expuesto aquí, digamos que la vulgaridad está muy emparentada con la ignorancia. La obscenidad, en cambio, es producto de la decisión de una persona, aunque se haga llamar culta. Como puede deducirse, muchas emisoras de radio en nuestro país están plagadas de locutores, animadores y hasta verdaderos periodistas que hacen honor a la vulgaridad.

Algunos se complacen en enriquecer esa vulgaridad; sobre todo cuando dialogan con oyentes que son igualmente vulgares. Y cuando los profesores inculcan en el estudiante el uso de un lenguaje culto, o por lo menos respetuoso, los apologistas de la vulgaridad los tachan de mojigatos.