Durante años fue una tradición de todos los primeros jueves de octubre.
Pero este año, las cosas eran totalmente distintas. Tras el bochornoso escándalo sexual que dejó herido de gravedad al galardón y obligó a su aplazamiento en 2018, y del cual solo Kazuo Ishiguro, ganador del 2017, se vio beneficiado, pues sus libros obtuvieron dos años sólidos de exposición comercial, la Academia Sueca ponía a prueba su credibilidad con una condecoración doble que habría de encarrilar de nuevo al máximo ente de la literatura mundial o, por el contrario, hundirlo para siempre. Con tanto en juego sobre la mesa, la Academia Sueca apostó duro y salió airosa.
Por un lado, eligió a Olga Tokarczuk, el perfil perfecto para amainar la tormenta: Mujer, joven, feminista, ecologista, una rebelde poseedora de un gran talento que le llevó a ganar el International Booker Prize en 2018 y a ser finalista otra vez en 2019. Aunque Anne Carson, puntera en las casas de apuestas, habría sido una opción ideal para sacarnos de encima el galardón cíclico para poesía que cada década nos da un año sabático a los amantes de la prosa, y Marysé Condé, ganadora del Nobel alternativo el año pasado, representaría doble justicia para la literatura africana y del Caribe; Tokarczuk retoma la tradición de autores brillantez con obras en lenguas poco populares, a los que casi nadie conoce y rara vez son traducidos.
Y por el otro, para balancear la ecuación, eligió a Peter Handke. Un tipo recio y polémico, a quien sus posturas políticas le han granjeado críticos acérrimos, pero cuya elección es literariamente justa y, además, cumple un rol esencial que también tuvo la de Vargas Llosa en 2010: Demostrarles a los detractores de la Academia Sueca que allí donde sobra el talento, la pierna de la que cojees a la hora de votar es lo menos importante. Aunque seguimos a la espera de la redención africana con el más que merecido nombramiento de Ngũgĩ wa Thiong’o y silenciosamente rezamos para que no nos dejen tantos grandes que también lo merecieron, pero sus corazones no pudieron esperar más, como Philip Roth o Amoz Oz.
Así, cuando más lo necesitaba, la Academia Sueca declinó la alternativa fácil de elegir a Haruki Murakami y a Margaret Atwood para vender libros por toneladas y encontró en Tokarczuk y Handke los bomberos más oportunos para apagar su incendio.