Caminé con Terry por la Carrera Séptima hasta el centro, en otro más de esos paseos rituales que hacíamos de tanto en tanto para cazar libros al centro de Bogotá.
Y tenía toda la razón. Jelinek, cuyo reconocimiento por la Academia ya fue de por sí bastante polémico en su momento, es otra escritora que ve cómo, tras el barullo que trae consigo el alzarse con el galardón más importante de la literatura, sus obras rocosamente austriacas se desvanecen del mercado castellano con los años hasta hacerse necesario excavar muy profundo en librerías especializadas para dar con alguno de sus tesoros. Una situación similar se ha presentado con Herta Müller (2009), Nadine Gordimer (1991) y los ganadores entre Gabo (1982) y Naguib Mahfuz (1988). Y esto solo respecto de novelistas, pues si ampliamos el espectro a otras disciplinas, la lista de nombres relegados por las editoriales aumenta dramáticamente: Tomas Tranströmer (2011), Harold Pinter (2005), Wislawa Szymborska (1996), Seamus Heany (1995), etc.
¿Por qué sucede esto? Bueno, por lo que sucede todo: Un simple asunto comercial. Y es que, si los libros del Nobel de turno no triunfan en las estanterías, hay muy poca motivación para seguirles imprimiendo. Una triste realidad que pone en juego el legado de quienes, se supone, han escrito las líneas más trascendentales de la historia de la humanidad. Esto nos obliga a una necesaria reflexión sobre la función de las editoriales, ya no como máquinas de dividendos, sino como guardianas de las letras inmortales que han marcado la cultura del planeta en pleno. Editoriales que muchas veces se alimentan de materia prima gratuita, pues en Colombia los derechos de explotación de un autor pasan a dominio público tras 80 años de su muerte, es decir, que casi se podrían recuperar los textos de los primeros 20 ganadores del Premio Nobel sin gastar un centavo en regalías.
Sin importar las posibles diferencias que tengamos con la Academia Sueca y su incierto sistema de selección, al cual nunca le perdonaremos el haberle negado el premio a indiscutibles maestros como Borges, Chinua Achebe o Philip Roth, pero sí concedérselo a Bob Dylan (2016), hay que admitir que el Premio Nobel de Literatura sigue siendo nuestra mejor excusa para que llegue octubre y, por ende, para todos aquellos que amamos los libros, salir a su rescate para ganarle la batalla al olvido es, ciertamente, una obligación.