¿En qué se nos va tanta plata?

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Ocurre a las horas de las comidas: las noticias dan cuenta de hechos nuevos, aunque repetidos, relacionados con la delincuencia, como siempre. Es el pan de cada día; y como pan, nos lo ofrecen en el desayuno, en el almuerzo y en la cena.

Pero si no estuvimos a esas horas frente al televisor, hay la posibilidad de recibirlo poco antes de dormirnos, en el último noticiero del día.

La información es necesaria, aunque el constante bombardeo con noticias negativas apenas nos permite hacer la digestión en medio de tantos sobresaltos. Vale la pena tener en cuenta que las noticias son solo la presentación de hechos que sí deberían ponernos a pensar.

Por ejemplo, debemos preguntarnos por qué se ofrecen recompensas tan elevadas para lograr un resultado que de todas maneras las autoridades deben garantizarnos.

¿Acaso cincuenta millones de pesos son poca cosa como recompensa? ¿No sirve mejor esa suma para mejorar la dotación de un colegio, o para la sala de maternidad de cualquier hospital de provincia o para aliviar un poco a las familias golpeadas por calamidades como las causadas por la llamada ola invernal? Nos preocupa la facilidad con que las autoridades tasan esas recompensas, como si tuvieran un rasero para saber cuándo esa suma debe ser mayor o menor que las entregadas en casos similares anteriores.

No hay duda de que se está tomando en cuenta --cuando se trata de secuestros u homicidios-- la 'calidad' de la víctima, su estrato social.

No bien se comete uno de esos actos cuando los comandantes de la policía lanzan la oferta, que muchas veces no coincide con la suma que está dispuesto a pagar el alcalde o el gobernador de la región. Y a todas estas, ¿por qué se dispone así del dinero que los contribuyentes pagamos en impuestos?

Las noticias continúan. En los últimos días hemos sabido de condenas que alcanzan los veintisiete años para un delincuente, cuarenta y tres para otro y parece que un tercero debe permanecer en prisión cerca de cincuenta años. Y pensar que, de cumplirse esa última condena, sin las rebajas que se conceden en esos casos, en nuestro país nacerán dos generaciones de colombianos que, paradójicamente, alcanzarán a trabajar y a pagar impuestos para poder alimentar a quienes purgan esas penas.

El caso Garavito es diferente; se sale de cualquier consideración ingenua, como las antes mencionadas. ¡Cientos de niños vejados y asesinados por este monstruo! Este depravado, delincuente confeso a quien se le han comprobado tantos homicidios precedidos de actos sexuales aberrantes con sus víctimas menores de edad no debería estar en una cárcel.

¿Dónde, pues? En ninguna parte, es la respuesta, que el buen entendedor comprenderá. Recuerdo ahora la lista que tenía un amigo; la tituló "Personas que han debido morirse pequeños". Justificaba su sentencia explicando que de esa manera no hubieran causado daño a la humanidad. Creo que tenía razón.

Cuando se propone la cadena perpetua surgen voces en contrario. No se tiene en cuenta que en algunos países aplican dos y tres cadenas perpetuas a un individuo, lo que realmente equivale a condenar también a sus dos primeras reencarnaciones. Téngase en cuenta que no hablamos de pena de muerte, aunque, después de confesar con pasmosa tranquilidad la comisión de cientos de homicidios de esa clase no solo en nuestro país sino fuera de sus fronteras, la pena de muerte para Garavito no debería alarmar a nadie.

Las preguntas siguen siendo las mismas: ¿Por qué debemos los ciudadanos colombianos premiar con alimentación a tiempo, techo seguro, servicios públicos gratuitos y exoneración de impuestos a tantos delincuentes que nunca se regenerarán? ¿Por qué les damos casa, carro y beca mientras miramos con recelo en las calles de las ciudades a familias de desplazados que mendigan una ayuda que generalmente no le damos?



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