Roberto Burgos Cantor: escritor

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Ha fallecido uno de los mejores escritores de la Costa Atlántica y de Colombia. Destacado representante de la generación que siguió al ‘boom’ literario latinoamericano. El 16 de este mes, en la ciudad de Bogotá dejó de existir Roberto Burgos Cantor.
Nacido en Cartagena el 4 de mayo de 1948, obtuvo su título de abogado en la Universidad Nacional de Colombia pero su vocación lo condujo a la narrativa, la poesía y, definitivamente, al trabajo universitario con la literatura: al morir se desempeñaba como director del Departamento de Creación literaria de la Universidad Central, en Bogotá.

Burgos Cantor desarrolló una obra alimentada por hechos cotidianos de esos que la memoria se obstina en volver presente aún en momentos no pensados por el autor. De esa forma nació ‘Lo Amador’, el primero de seis cuentos: ‘De gozos y desvelos’, ‘Quiero es cantar’, ‘Una siempre es la misma’, ‘El secreto de Alicia’ y ‘Juego de niños’. Sus novelas son: ‘El patio de los vientos perdidos’, ‘El vuelo de la paloma’, ‘Pavana del ángel’, ‘La ceiba de la memoria’, ‘Ese silencio’, ‘El médico del emperador y su hermano’ y ‘Ver lo que veo’.

La prosa de Roberto Burgos Cantor trascendió los linderos patrios, sobre todo con su novela ‘La ceiba de la memoria’, ganadora del Premio de Narrativa Casa de las Américas, 2009. Esta obra fue finalista en el Premio Rómulo Gallegos, 2010. Ya había ganado en Colombia el Premio Jorge Gaitán. Otro galardón importante para este escritor fue el Premio José María Arguedas, instituido en homenaje al narrador peruano autor de la novela indigenista ‘Los ríos profundos’.

La última distinción que recibió Burgos Cantor fue el Premio Nacional de Novela, 2018, otorgado hace apenas tres meses. Lo mereció por su obra ‘Ver lo que veo’, publicada el año pasado. Respecto a esta novela dice el periodista Carlos Restrepo en el periódico El Tiempo: “En ‘Ver lo que veo’ Burgos da vida al gran monólogo de Otilia de las Mercedes Escorzia, una mujer que va perdiendo la vista, a partir de la cual el autor va invitando a escena a otras voces que conforman una especie de coro griego”. Esta novela transcurre en un barrio de la costa Caribe colombiana y está emparentada con el ambiente de ‘El patio de los vientos perdidos’.

Consideramos de interés transcribir la respuesta que Burgos Cantor dio al periodista Fabián Herrera, de Nodal (Noticias de América Latina y el Caribe). Pregunta: “¿Podría precisar las coordenadas en las que se encuentran la música y la escritura en sus libros?”. Respuesta: “No tenía conciencia de los pasadizos entre la música y mi escritura. Una vez un editor revisaba un texto que me había encargado. Yo llegué en ese momento a mirar las propuestas de ilustración que fueron confiadas al pintor David Manzur y de entrada el editor me dijo: ‘Empecé a leer tu historia y al rato estaba dando golpecitos al suelo con las puntas de los pies.

Llevaba el compás. Si paraba se detenía la lectura’. Es de suponer que en el Caribe la música, por razones diversas, está metida en el cuerpo, incorporada en la vida. La música preside la vida y acompaña a la muerte; aviva el dolor y dulcifica el sufrimiento; sirve de salvavidas a las flaquezas del recuerdo e incluso propone sensibilidades sustitutivas a los vacíos de la aventura; y por supuesto, interviene en las formas del movimiento, reinventa el silencio de la danza. Tengo la impresión de que quien hizo evidente esa complicidad fue Guillermo Cabrera Infante. De cualquier manera, la una y la otra mantienen su autonomía y sus expresiones propias. A lo mejor, ambas apuestan por encontrar el silencio”. ¡Descanso eterno en su tumba, Maestro!