Sobre ‘El hombre que amaba a los perros’

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Hace muchos años leí una confesión titulada ‘Yo asesiné a Trotski’. En ese entonces no pensé que algún día tendría en mis manos un libro en el cual se trata el tema con detalles y mucho menos encontrar en sus páginas un retrato físico y moral del magnicida.
Esa obra, basada en hechos reales que de manera significativa cambiaron el rumbo del mundo, es del escritor cubano Leonardo Padura, nacido en La Habana en 1955. Por cortesía de un amigo recibí como obsequio la única novela de Padura que he leído: ‘El hombre que amaba a los perros’. Su contenido me remitió a la confesión que menciono al comienzo de este párrafo y además me permitió acercarme a la vida del asesino: Ramón Mercader, también conocido con el seudónimo de Jacques Mornard. En su serie de novelas policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde y en ensayos y cuentos premiados internacionalmente, Padura da muestras de su maestría en el arte literario. Son de este autor las novelas ‘Pasado perfecto’, ‘Vientos de cuaresma’, ‘Máscaras’, ‘Paisaje de otoño’, ‘Adiós, Hemingway’ y ‘La neblina del ayer’. Su mayor novela es ‘El hombre que amaba a los perros’.

León Trotski (Liev Davidovich Bronstein) salió de la Unión Soviética expulsado por Stalin en 1929. Pasó por Alemania y Noruega. Fue recibido en Francia pero con la condición de no establecerse en París. En su azarosa huida arribó por fin a México, donde lo recibió el presidente Lázaro Cárdenas. Pero fue el pintor muralista Diego Rivera quien lo acogió en su residencia. Frida Kalho, esposa de Rivera, sostuvo relaciones extramaritales con el caudillo y este debió instalarse en Coyoacán con su esposa Natalia Sedova. Por su parte, Ramón Mercader era hijo de Caridad Del Río. La obra sigue las acciones de madre e hijo y destaca la influencia maternal en todas las acciones del futuro asesino. Ella inculcó en Ramón un odio obsesivo y cada vez más fuerte hacia un enemigo que el propio Moliner ni siquiera conocía. De esa forma el futuro victimario alimentó una exacerbada actitud contra un ser cuya existencia le fue ajena hasta poco antes de concretar su empresa homicida. Ramón Mercader estaba preparado, desde años antes, para atentar contra un contradictor de Stalin y, por lo tanto, contra un enemigo de la Revolución.

¿Qué habría ocurrido en la Historia si Mercader no hubiese asesinado a Trotski? ¿Sirvió a Stalin la desaparición física de Trotski? ¿Se arrepintió Mercader de su acción contra el líder y llegó a comprender que tal vez esa ilustre víctima era más valiosa que quien ordenó su muerte? ¿Por qué era preferible que el asesino fuese un español? Las respuestas no se deducen de la lectura de ‘El hombre que amaba a los perros’, pero el lector sin duda entiende que el ciego fanatismo y la crueldad de ciertos caudillos son capaces de producir catástrofes con huellas nefastas en la historia de la humanidad.

Estas líneas, como puede observarse, pretenden motivar al lector para que conozca la historia de ‘El hombre que amaba a los perros’. La obra, al mismo tiempo que ilustra sobre un hecho histórico, nos pone en contacto con técnicas de narración al estilo de las mejores novelas de intriga. No en vano Leonardo Padura ha recibido premios literarios como el Café Gijón 1995, el Premio Hammett 1997, 1998 y 2005 a la mejor novela policiaca, el Premio de las Islas 2000, en Francia o el Brigada 21 a la mejor a la mejor novela del año, además de varios Premios de la Crítica en Cuba y el Premio Nacional de Novela en 1993.