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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La periodista Claudia Morales ha puesto al país a hacer descartes con su columna del pasado viernes en El Espectador.
Allí describe, con mayor o menor detalle, cómo fue sometida a una relación sexual no consentida por parte de un hombre que fue su jefe. Según su dicho, las cosas pasaron en una época no reciente, es de creer, pues hace hincapié en su relato en que no existía el imperio de las redes sociales que hay hoy, donde todo sucede como en un reality, no ya de la televisión, sino de la vida-vida, y cuando -entiendo- es muy fácil hacer control social. La tesis de su escrito de opinión, que no es una denuncia en debida forma, es aparentemente clara desde el título: el derecho de una víctima a guardar silencio. Es decir, ella se propuso algo así como informar al lector de la ocurrencia de estos hechos, pero sin decir a ciencia cierta (no sin sigilo jurídico) quién es el perpetrador. Que cada quién saque sus conclusiones, parece susurrar.

Es evidente que sus palabras nadan en miedo. Ella misma lo reconoce al afirmar que hoy en día es madre, esposa, y que el personaje en cuestión, a quien vemos y oímos a diario, aún conserva mucho poder. No hay que ser en exceso inteligente para concluir que esas dos situaciones conjugadas son incompatibles cuando se pretende tener paz. Entre líneas, permite deducir que si bien es cierto que actualmente es una mujer más sólida que la que vivió esto, y que bien podría estar en capacidad de denunciar criminalmente a su victimario, está impedida para hacerlo porque el temor a que le pase algo a su familia, o a ella misma, es superior.

Sumado a ello, el hecho de que hayan ya pasado tantos años (por lo que afirma, podrían ser desde veinte hasta quince, más o menos) también determina que una posible acción penal a estas alturas, a más de infructuosa (por la presumible desaparición de pruebas), sea desgastante, y tal vez hasta inocua: acaso ha prescrito.

Todas estas son razones válidas: mesuradas, sosegadas, serenas y claras. Por lo demás, nadie puede tomar decisiones basado en la rabia, el resentimiento o la amargura si lo que quiere es sobrevivir a los afanes cotidianos. Es comprensible que se elija callar, y más en un país tan peligroso como Colombia.

Pero como aquí la cuestión es opinar, yo opino. Pienso que no hay nada más certero que lo que Claudia Morales ha dicho: ella, en tanto que mujer vulnerada, tiene todo el derecho del mundo a no revelar la identidad de su verdugo, pues, entre muchas otras razones (jurídicas o no), nadie puede estar obligado a re-victimizarse a través de la exposición pública para satisfacer curiosidades de otros. No obstante, este derecho lo reclama ella, legítimamente, solo después de haber renunciado a ejercer uno más importante todavía: el de denunciar con nombre propio al que la violentó, ya cuando los hechos sucedieron, ya ahora mismo. Derecho, este último, que no ha perdido, ni podría perder: en este caso, un derecho no hace fenecer a otro.

Si, por alguna razón que hasta ahora no se ha hecho evidente, ella, Claudia Morales, se atreviere a narrar las circunstancias de tiempo, modo y lugar en las que se cometió este delito en su contra; a aportar alguna prueba, por pequeña que fuere, para demostrar lo denunciado; o a invocar un careo con el sin cara sindicado, y vencerlo, los colombianos deberíamos poder estar en capacidad de ser garantes de su vida y su tranquilidad. Un país solo existe cuando deja de ser forzado a ser solidario.