Un buen tinto en el exterior

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Entrar a la Tienda de Juan Valdez, en Nueva York, es como traspasar uno la puerta de su propia casa para entregarse sin prevenciones al calor de la familia.

Y sentarse a degustar un tinto con café colombiano es una satisfacción que debe agradecerse y luego expresarse cada vez que sea necesario, como en esta ocasión.

Era de tarde, hora de la siesta. Después de un opíparo almuerzo en un restaurante de los almacenes Macy's, en el Garden State Plaza de Nueva Jersey, nuestra anfitriona decidió que teníamos que conocer la Tienda de Juan Valdez en Nueva York.

De manera, pues, que partimos para Manhattan por el puente George Washington. Ya se observaba la congestión de vehículos que hacían cola en sentido contrario, es decir, los que se desplazaban de la Gran Manzana hacia Nueva Jersey. Nuestro regreso iba a ser traumático porque seguramente se había producido un trancón debido a un accidente; sin embargo, para no quitarnos la emoción del viaje se hablaba de todo.

El tema preferido: anécdotas de Santa Marta, tan lejana en la distancia como presente en el recuerdo.

En Manhattan se encuentra la calle más larga del mundo. En realidad se trata de una avenida, pues su trayectoria va de sur a norte. Al pasar por el puente George Washington se cruza el río Hudson y enfrente está Manhattan, la isla que llaman Nueva York sin tener en cuenta que ese nombre comprende cuatro distritos más.

También existe el estado de Nueva York. Había, pues, que buscar la Tienda de Juan Valdez, mucho más al sur de la cabecera del puente. Pasamos dos veces por donde se suponía que debía estar el renombrado rinconcito colombiano pero no lo pudimos localizar. Una mayor concentración en la búsqueda nos permitió encontrarlo. Está sobre la calle 57, entre la 3ª Avenida y Lexington Avenue. Literalmente, habíamos llegado a casa.

Hoy, cuando las noticias internacionales nos informan sobre el prestigio que nuestro producto ha logrado en el mundo, los colombianos tenemos que sentirnos orgullosos, pues se trata de un reconocimiento a los incansables cultivadores de café de nuestro país. Ya es hora de que nos miren como realmente somos, sin remarcar permanentemente unas características que no tenemos y otras que hace tiempo fueron superadas. Juan Valdez nos rescata, nos reconforta, nos representa.

El premio al símbolo del café colombiano no es gratuito. Se trata de un producto sencillamente superior al que ofrecen otros países que con mayor y mejor publicidad se han impuesto en mercados extranjeros. En Francia, por ejemplo, se consume café de Brasil y, aunque no se le hace mala cara, su condición de café fuerte contrasta con la suavidad del colombiano. Por otra parte, el café africano que llega al país galo se consume apenas por necesidad.

Por eso, frente a una taza de café de nuestro país los consumidores se sienten premiados al apreciar las bondades de nuestro grano de exportación, bondades que han sido las mismas siempre, gracias al sacrificio y a la constancia de los anónimos campesinos que lo cultivan.

Podría pensarse que por tratarse de un sitio colombiano en pleno centro de la capital del mundo la gente va a encontrar allí una multitud de personas oriundas exclusivamente de Colombia o una mezcla de latinos dispuestos a intercambiar opiniones o simplemente a charlar en lengua española. Pues no. La tienda de Juan Valdez permanece abarrotada de ciudadanos de todas las nacionalidades.

El regreso a Nueva Jersey, con el trancón en su máximo punto, resultó más soportable, gracias a que ya conocíamos un espacio nuestro enclavado en el corazón de Manhattan.



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