Un escritor visionario: Julio Verne

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Como lo hizo el pintor Leonardo Da Vinci en el siglo XV, el escritor Julio Verne fue capaz de anticiparse a los avances de la ciencia, idear inventos impensables en su época y realizar viajes que solo podían realizarse en el mundo de la ficción.
Hablando de Julio Verne, recordemos que nació el 8 de febrero de 1828 en la ciudad de Nantes, en el este de Francia. A los 77 años murió en Amiens, el 24 de marzo de 1905. Desde niño mostró curiosidad por los hechos científicos. Estudió derecho y se doctoró en 1849. Julio Verne no escribió por escribir: predijo la televisión, el helicóptero, el submarino y naves espaciales. Su primer éxito lo obtuvo con ‘Cinco semanas en globo’ (1862). Como agente de bolsa recorrió Inglaterra, Escocia, Noruega y Escandinavia. Viajó por África y América del Norte, lo que desarrolló su entusiasmo por los relatos de aventura mezclados con avances científicos. La novela ‘Viaje al centro de la tierra’ (1864), por ejemplo, obligó a Verne a investigar sobre geología, mineralogía y paleontología. Iguales exigencias superó para el resto de sus obras: ‘Veinte mil leguas de viaje submarino‘ (1869), ‘De la tierra a la luna’, ‘La vuelta al mundo en 80 días’ (1873), ‘Las aventuras del capitán Hatteras’, ‘Los hijos del capitán Grant’, ‘En torno a la luna’, ‘La isla misteriosa’, ‘Miguel Strogoff’, ‘Un capitán de quince años’, ‘Las tribulaciones de un chino en China’, ‘El faro del fin del mundo’, ’Los viajes del capitán Cook’...

Con el pretexto de recordar a Julio Verne, los docentes de español y literatura podrían, o mejor, deberían inculcar en el estudiante la costumbre de leer. Y nada más conveniente que situar al niño o adolescente frente a las obras del escritor a quien se considera el fundador de la moderna literatura de ciencia-ficción. Este tipo de literatura, con sus relatos sorprendentes de aventuras e inventos que dejaban atónitos a los niños y jóvenes de hace algunas décadas, debe su auge a escritores que, para la época actual, han pasado a formar parte de los recuerdos gratos. Sería bueno que los profesores de los grados seis y siete se convirtieran en testigos presenciales (llamémoslos cómplices) de la amistad entre sus alumnos y los escritores de obras como las que hemos señalado. También podrían convidar a Emilio Salgari, Jack London, Herman Melville o Robert Louis Stevenson, sin descartar las producciones literarias amenas de nuestros escritores latinoamericanos y colombianos. Después de establecer estos lazos perdurables, el incipiente lector asumirá su propia responsabilidad y se adentrará cada vez más en el mundo de los libros.

La mayor parte de las novelas de Verne fueron ciencia-ficción. Actualmente se las mira como precursoras de muchos inventos y descubrimientos que la ciencia ha hecho realidad. Pero poco se habla de dos obras publicadas después de la muerte del autor. Son ‘El eterno Adán’ (1910) y ‘La extraordinaria aventura de la misión Barsac’ (1920). En ellas Julio Verne se muestra escéptico y preocupado por los resultados que el desarrollo de la ciencia y la tecnología pueda producir sobre la especie humana. Paradójicamente, son las mismas preocupaciones que nos desvelan después de 112 años del fallecimiento de este escritor visionario.

Son frases de Julio Verne: “La ciencia se compone de errores, que a su vez son los pasos hacia le verdad”. “Lo que una persona puede imaginar, otras pueden hacerlo realidad”. “¡Qué gran libro podría escribirse con lo que se sabe! ¡Otro mucho mayor se escribiría con lo que no se sabe!”.


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