La vida no es seria en sus cosas

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Un famoso novelista mexicano escogió para una de sus obras el título “La vida no es seria en sus cosas”. Ninguna expresión más adecuada para encabezar este artículo, teniendo en cuenta que anteayer se cumplieron once años de la muerte de Kaleth Morales.
A veces ocurren hechos que no encajan racionalmente en la mente humana; al menos no pueden ser aceptados como normales por las personas que resultan afectadas. Para tales acontecimientos no se encuentran respuestas lógicas, pero es conveniente inventarse explicaciones para cada caso con el fin de paliar un poco los efectos negativos sobre el ánimo de los damnificados.

No se explica uno cómo han podido ocurrir tragedias dentro de templos, por ejemplo, sobre personas que en esos momentos se dedicaban a la oración, al recogimiento, a la meditación con la mente puesta en ideales elevados, muy alejados de los vicios mundanales. No se necesita profesar una religión determinada para suponer que si alguna protección puede tener un mortal, esta debe encontrarse en ese sitio y en el momento de comunión espiritual que lo ha llevado a la casa de Dios. Sin embargo, desgracias como las que hemos mencionado suceden con frecuencia y se llevan por delante vidas inocentes, niños, en gran porcentaje.

Como hay que buscar excusas, no falta quien diga que son pruebas que se nos presentan y a ellas debemos responder con resignación. Es un tonto mecanismo de defensa que nos permite vivir sin acumular la pesada carga de resentimientos que nos va brindando la vida. Después de un desahogo como ese, quedamos preparados para la próxima calamidad que nos sobrevenga. Hasta hay quienes agradecen que se les haya tenido en cuenta para padecer esas pruebas. Eso es masoquismo puro. Frente a esos masoquistas no hay nada que hacer. Pero no puede negarse que la vida no es seria en sus cosas cuando permite que se tuerza el destino de personas que debieron cumplir metas iniciadas con buen augurio y con el deseo legítimo de la esperanza. No es posible tronchar aspiraciones y anhelos sin hacerse acreedor al título de irresponsable. Y la vida, o el destino, o ambos juntos carecen de seriedad cuando determinan que el periplo vital de una persona debe terminar precisamente cuando frente a ella se abría una senda de felicidad largamente ambicionada. ¿De qué sirven los sacrificios?, cabría preguntarse.

En una ocasión la prensa dio cuenta de una gran tragedia: el padre, la madre y dos pequeños hijos perecieron dentro de su residencia a causa de un incendio: habían dejado encendida una veladora a la virgen de su devoción. La vida se equivocó. Y duele no encontrar la manera de protestarle a la insensata Parca por sus palos de ciego en busca de quienes no deben morir. ¿Sería más sensato reclamarle a la Muerte y no a la Vida? Francamente, no. Porque la primera siempre está al acecho y sus reclamos se cumplirán, tarde o temprano. En cambio, se supone que es la Vida la que tiene que defender la permanencia en la tierra de aquellos seres que, convencidos y llenos de fe acuden ciegamente a la protección divina o a los intercesores ante el ser supremo. Estamos pensando, por supuesto, en el joven médico y cantante Kaleth Morales, fallecido en un accidente de carretera el 24 de agosto de 2005. Juan Rulfo, frente a su cadáver, y al de los niños fallecidos en el incendio de un bus en Fundación, habría vuelto a decir: “La vida no es seria en sus cosas”.


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