‘El Rojo y el Negro’ de Stendhal

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



La importancia de este novelista francés se resume en esta afirmación, tal vez anónima: “Si llegase el día en que nadie amara apasionadamente el amor, la belleza, la libertad y la felicidad, Stendhal no tendría lectores”.


Nació en 1783, en Grenoble, los Alpes franceses y murió en París en 1842. Su verdadero nombre era Henri Beyle, conocido universalmente con el seudónimo de Stendhal. Huérfano de madre cuando era niño, debió someterse al rigor de su padre, a quien terminó por detestar. En 1814 abandonó Francia y fue a vivir a Milán. Escribió varias obras: “Vida de Haydn”, “Vida de Mozart”, “Roma, Nápoles y Florencia”, “Historia de la pintura en Italia”. En 1821 regresó a París porque la policía austriaca “no apreciaba sus ideas”. Publicó entonces “Del amor”, “Racine y Shakespeare”, “Vida de Rossini” y su primera novela: “Armance”.

Stendhal se decidió por la escuela romántica. Regresó a Italia como cónsul en Trieste. Antes de partir terminó “El Rojo y el Negro”. Más tarde escribió “Lucien Leuwen”, obra que dejó inconclusa. Como dato curioso cabe destacar que Stendhal escribió en solo 52 días “La cartuja de Parma”, en 1838. También publicó “Relatos de aventuras trágicas”, “Crónicas italianas” y dos relatos autobiográficos: “Vida de Henry Brulard” y “Recuerdos de egotismo”.

Stendhal era un ser apasionado: “La naturaleza me ha dado los nervios delicados y la piel de una mujer”, decía. Pero con lucidez agregaba: “Demasiada sensibilidad impide juzgar. La única regla es ser verdadero”. En oposición a otros autores de su época, Stendhal fue un cultor de la ‘novela abierta’, técnica en la cual no se ciñe el narrador a la secuencia lineal de los hechos y, además, deja abiertas las posibilidades de la obra para que sea el lector quien imagine el destino de los personajes. En apoyo a esta práctica, opuesta a las utilizadas por Émile Zola y Honorato de Balzac, citamos un fragmento de carta que Stendhal escribió al último de los mencionados: “Compongo veinte o treinta páginas, luego tengo necesidad de distraerme: un poco de amor, cuando puedo, o alguna orgía; a la mañana siguiente lo he olvidado todo, y leyendo las tres o cuatro últimas páginas del capítulo de la víspera, me viene el capítulo del día”.

El escritor tuvo tres grandes amores: Italia, la música (sobre todo la de Mozart) y el teatro. Amaba la libertad. Su padre, la monarquía, los sacerdotes y los burgueses eran insoportables para él. Todo eso era –según muchos críticos literarios– el “barro”, el “negro”. Enfrente, en oposición estaba el “rojo”, la libertad, la felicidad apasionada. De esa apreciación se desprende el título de una de sus dos grandes obras: “El Rojo y el Negro”. Y se complementa este comportamiento con las primeras líneas de “La cartuja de Parma”, su otra novela famosa: “El 15 de mayo de 1796 el general Bonaparte hizo su entrada a Milán a la cabeza de esta joven Armada que acababa de pasar el puente de Lodi y de mostrar al mundo que después de tantos siglos César y Alejandro tenían un sucesor”. La ciudad de Milán ejerció gran influencia en Stendhal; por eso se habla del “síndrome de Stendhal”, que consiste en sentirse fuertemente impresionado, como le ocurrió al escritor, al contemplar tanta maravilla arquitectónica y pictórica. Llegó a decir, al respecto, que ese lugar podía producir mareos y desorientación a los visitantes.


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