Doña Mechas es Colombia

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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com

Todas las posesiones presidenciales e incluso cualquier acto solemne de corte político en nuestra democracia son tremendamente aburridos. Su protocolo acartonado y predecible en el que nada sorprende, sus extensas retahílas de discursos enrevesados que someten a la somnolencia hasta al más ávido de los espectadores, y su parafernalia bulliciosa para darle mayor significancia de la debida a un evento tan natural como cambiar de mandatario, hacen que muy pocas almas valientes logren sintonizar con total atención estas transmisiones de farándula.
La última ceremonia de investidura del Presidente Santos para su segundo período habría pasado a ser fácilmente olvidada como es el destino inexorable de este tipo de acontecimientos salvo por un hecho que se robó la atención: La asistencia de Doña Mechas. La adorable anciana de la tercera edad que muy tiesa y muy maja fue invitada por el equipo de campaña para asistir a la cita social del año con su elegante conjunto de domingo azul angelical. Ella como nadie se convirtió en el fenómeno electoral más grande de los últimos años, una señora que con mandar a comer mierda a su sobrina en un video de escasos 3 minutos logró romper la tendencia ascendente de Zuluaga en las encuestas y darle la victoria a la Unidad Nacional.
Pero hay algo que preocupa de su mensaje: Analizando sus palabras es claro que Doña Mechas no votó por el que le pedía plata para tener casa, sino que prefirió a aquel que se la daba gratis. Esto es bastante lógico, pues nadie quiere pagar por algo que podría obtener sin la necesidad de aportar un centavo. Y es justo aquí donde la iniciativa de las viviendas gratuitas comete un gravísimo error cultural, pues está enviando señales equivocadas a la población que de ésta se beneficia.
Legalmente el único requisito que se solicita para acceder a la repartición es ser pobre y entre más pobre se sea, mejor, lo cual representa una gran oportunidad para aquellos que en otras circunstancias no podrían acceder a un predio similar, pero que al no exigir una retribución a cambio de ella, y no estoy hablando de aporte económico, está forjando una generación asistencialista que espera que el Gobierno solucione sus problemas sin tener que levantar un dedo.
Mal haría el Estado en reforzar en su población vulnerable el dogma de que la pobreza es una condena de incapacidad, de la cual nunca se puede escapar y en la que sólo queda la caridad como única alternativa. Fundaciones reconocidas internacionalmente que construyen casas de interés social han detectado esta falla y por eso exigen condiciones simbólicas más severas para hacerse con una. Allí no basta con ser pobre, hay que demostrar compromiso y sentir que se adquirió el techo con esfuerzo, que valió algo, eso refuerza el sentimiento de pertenencia y da una lección que las cosas se pueden lograr con sacrificio. Hay que fomentar el empleo y no premiar la lástima.
Doña Mechas es Colombia, la Colombia que quiere que le regalen el pescado, pero no aprender a pescar.

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