Nada de constituyentes

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



El inminente fracaso del Gobierno en el Congreso de la República, que aquel ya padece con la cercanía de la caída de la reforma a la salud, ha derivado en lo que muchos adelantaban que tarde o temprano iba a pasar, es decir, en la peligrosa, casi subversiva, radicalización política del presidente Gustavo Petro. Según su lógica, al jefe de Estado poco le ha importado reducirse al absurdo a través de lo que evidencia en una arenga: ahora pretende sustituir la misma Constitución que su grupo armado criminal devenido en movimiento legalizado construyó con mayorías en 1991, que luego sobre mármol él juró honrar en las elecciones presidenciales de 2018, y cuya inejecución integral resintió del sistema durante las de 2022 a modo de leitmotiv de sus promesas de campaña.

El hecho de que este Gobierno genere desconfianza entre la gente, y de que, merced a ello, sea prácticamente irrealizable que Petro consiga la aprobación congresual de la ley estatutaria que necesita para convocar la votación popular relativa a una asamblea constituyente, así como hacerse con el tercio del censo electoral en dichas votaciones para que esa constituyente sea una realidad, no puede inducir a que el pueblo colombiano sencillamente ignore lo que el presidente ha advertido. Aquel cuento de que “el pueblo decide” del viernes último, en medio de una de esas borracheras de poder muy suyas, no solo es una mentira populista, sino, especialmente, un elogio velado a las vías de hecho, que no a las de derecho. Lo que dijo hiede a desinstitucionalización y antidemocracia.

Ciertamente, el anuncio parece un intento de implosión del edificio institucional, con un dinamitero de excepción listo a detonar su estructura jurídica desde adentro, aun a riesgo de colapsar con ella, en despliegue de una ideación suicida que los colombianos con la cabeza en orden no podrían comprender jamás. Tal se corrobora cuando Petro se presenta sin vergüenza como parte de los delincuentes de la “primera línea”: en efecto, de esa forma demuestra inicialmente que todavía no lo ha satisfecho su mal gobierno de decrecimiento durante este año y medio largo, muy largo; y, acto seguido, da la impresión de querer concentrarse de aquí en más en ese estorbo que llaman ley fundamental para, al estilo venezolano, mejor agenciarse una ley fundamental habilitante.

Hay quienes señalan que lo del presidente es pirotecnia para distraer y confundir a la opinión pública y la oposición, quizás porque se sabe derrotado en lo relevante, que es la ejecución eficiente de los asuntos de gobierno; y que, ante la segura negativa a su constituyente, así podrá justificarse, ante los que le creen, por no gobernar bien. Puede ser. Pero debe recordarse que, si no se lo frena en seco y pronto, parafraseándolo, llegará hasta donde se lo permitan. ¿Eso incluiría la reinstauración de la reelección presidencial, su reelección? Claro que sí. Si el país lo deja, aunque niegue mil veces desear reelegirse, avanzará: sancionará la ley convocante, asentirán catorce millones de vivos o muertos y entonces llenará con sus ruidosos espantapájaros un salón para que sesionen como delegatarios constituyentes y le den el poder absoluto. No es ninguna broma de mal gusto.



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