Heridas de infancia

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Como cada año, las películas nominadas a los premios Óscar suelen estar al alcance de la mano en esta parte del mundo, aunque no se trate de obras particularmente destacables, como la que quiero reseñar. Es el caso de Vidas pasadas, un filme nominado a las categorías más importantes: mejor película y mejor guion original. La pregunta es por qué. Si se trata de una historia irrelevante, que no transmite nada y que solo se basa en imaginería, ¿por qué ha llamado la atención de la crítica y espectadores por igual, al punto de ser reconocida con las nominaciones mencionadas? No queda sino suponer que su impulso hace parte, una vez más, de aquel movimiento político que ama ver hombres débiles en su connatural inacción, como si de una verdadera conquista cultural habláramos.

Pues la trama consistente en la invencibilidad del amor entre dos niños en Corea del Sur, que nunca alcanza a fructificar, desde luego, y en el desarrollo posterior de una relación a distancia durante la primera juventud de ambos, no alcanza para justificar ante el tribunal de ninguna dimensión posiblemente cierta la existencia de algún vínculo afectivo profundo en el momento culmen de la narración, hacia la compartida entrada en la madurez de los personajes, tal y como se pretende. A esto hay que agregar el elemento representando en la forzada comprensión de cornudo que se le logra imponer al esposo de la protagonista, algo seguramente inverosímil más allá de las esquinas neoyorquinas saturadas de charla editorial, teatral y panfletaria. Y de odio resentido a Donald Trump.

Porque si, por un lado, las negociaciones planetarias que tienen lugar en su distrito financiero le dan un tono necesario a esa ciudad, de otra parte no es menos cierto que tal energía de la ambición paradójicamente ha permitido desde siempre la emergencia de la contradicción a modo de respuesta diríase efectiva a lo primero. Desde la entraña de esa llamada “contracultura”, a expresiones presumiblemente artísticas, como este filme de influencia surcoreana, manos de titiritero cada vez más visibles les han otorgado la función de mostrar un supuesto subsuelo bajo lo evidente. A partir de esa prerrogativa de la que el cine tradicionalmente se ha valido (que ha usado y abusado), ¡pum!, la cuestión manida y que ya conforma un maniqueísmo cansón: el asunto de la “masculinidad tóxica”.

Últimamente, a los amantes de la cinematografía no nos está quedando más remedio que repetir trabajos valientes y valiosos del pasado, porque abundan nuevas producciones que no aportan sino envenenamiento disfrazado, ya no del afán moralista de la corrección política, sino de genuina reeducación, como si en un thriller barato y de líneas previsibles se hubiera convertido la realidad real. El sustento vital es Vidas pasadas es escaso: una mujer que disimuladamente hace lo que le da la gana con dos pánfilos, uno coreano y otro judío de Nueva York, que aquí las nacionalidades no importan. No pude exonerarme de tener que apreciar semejante idiotez, y por eso perdí una hora y media de mi tiempo que nunca voy a recuperar; pero tal desperdicio no es nada ante lo que a lo mejor disiparán los espectadores más jóvenes, expuestos a estas legitimadas emasculaciones.



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