La vida y la siega de la parca

Columnas de Opinión
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Inexorables los años nos pasan una cuenta ¡de cobro sumario! sobre el ‘capital de la vida’, que no es otra cosa que un mero ‘empréstito biológico’ temporal con plazos aleatorios que oscilan al vaivén de las veleidades de la existencia terrenal de ca’ quien y ca’, cual (algunos lo llaman, “hado fatal”), plazos que van de ‘‘cortos’ a ‘medianos’ y a ‘largos’, ‘empréstito’ en el que la figura rentable de un ilusorio “CVDT” (Certificado Vital de Depósito Tardío) no tiene cabida, ni fecha determinada en ‘la banca’ de “la humanidad entera que entre cadenas gime”

en tanto los lechuceros imponderables patológicos que a los humanos nos acechan: que si un déficit inmunológico; que si una desvalorización prostática; que si un sobrecosto del páncreas; que si un ‘crack’ anémico; que si una bancarrota nerviosa; que si una descapitalización renal; que si una devaluación ósea; que si una recesión hepática; que si un desfase cardíaco; que si una inflación del colesterol; que si un encarecimiento de la tensión; que si un sobreprecio de la depresión; que si un sobregiro del azúcar, en fin, que si un achaque aquí, allá y acullá y el resto que ‘chorrea’, a medida que transcurre el tiempo, se incrementa con agiotista malignidad patológica, con usurera gravedad metastásica, con especulativa sevicia terebrante.
Lo anterior es la mera secuencia natural del proceso degenerativo biológico y de índole patológico que en los seres humanos con puntualidad inexorable opera, independiente de otros ‘ítem’ mortales ‘complementarios’ y ‘colaterales’ de índole fatal, ya determinados o fortuitos, verbi gratia, las guerras, los homicidios, los accidentes de toda índole. A todas estas, yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, no le ponemos bolas al devenir inexorable de los acontecimientos, ni a la operosa siega de la parca. A diario vemos con la misma frescura -¿o frialdad?- con que nos tomamos una chicha’e piña, o contemplamos el vuelo de un gallinazo, como a mejor vida pasan las personas cercanas o lejanas a nuestros afectos, sin que dicho suceso nos cause ninguna, poca o mayor mengua afectiva y aflictiva y tomamos el RIP del difunto ‘de turno’ con una displicencia pasmosa, como quien dice, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
Ahora bien, una cosa es que se tenga el suficiente temple humano (metafísico o materialista) para aceptar resignados y entender racionalmente la muerte como un hecho -o ¿‘acontecimiento’?- ineluctable y otra, que el fallecimiento del prójimo o de un familiar no nos lleve, no nos aproxime, al menos, a meditar, reflexionar, cogitar sobre ‘la hora’ de cuando nos llegue ‘el turno’. Es que la existencia humana y su complemento consciente, consubstancial con su ‘ego’ pristino y capital, consiste en la proyección y trascendencia humanista y espiritual que otorguemos a la cotidianidad de nuestro vivir en este ‘valle de lágrimas’ en función de amar a Dios sobre todas las cosas y en darse y servir al prójimo con sincera entrega y auténtico desprendimiento cristiano y por supuesto, bolivariano y revolucionario. Lo que idealistas y materialistas a la par llaman, “realización”, obvio, del ‘ser’, antes que la señora parca nos llame a cullen y nos ‘cobre’ su mortal ‘empréstito’… “¡ahí está el detalle!”, como sentenció Cantinflas.
Vamos rumbo ‘al más allá’ dando palos de ciego, tomando la vida como un ‘premio gordo’ que creemos suertudos habernos ganado ‘per sé’, sin más arandelas. Es que lo superfluo, la liviandad, los sofismas de distracción, el escapismo de lo sustantivo y trascendente, el deschavetado consumismo, el mundano desbarajuste, lo necio y lo pueril, “los rizos artificiosamente perfumados” de la cursi y fatua vanidad han hecho metástasis en el colectivo primario mutándolo en una gusanera despreciable que se revuelca en el nauseabundo paular de la nesciencia y la estulticia, taras que no lo dejan ni razonar, ni analizar, ni ver más allá de sus narices, en pocos, de sus hocicos, en los más, ni le permite ‘aterrizar’ -¡porque se vive, literalmente, ‘en el aire’!- en el aeropuerto del ‘ego’ realista, objetivo, del ‘ver para creer’ analítico, cuya condición humana no es ¡ni por ahí cerca¡ la egoísta ‘realización’ de “El hombre mediocre”, ese de la ectrosis asistida por el fórceps de la crítica de José Ingenieros. ¡Qué triste pasar por la vida y errar por sus sórdidos andurriales como una marioneta del sistema, como un borrego ¡castrado! con el solo protervo fin de llenarse el landre con “el estiércol del demonio”, de empoderarse en el ‘establishment’, de hacerse ¡troche moche! con toda la fortuna que se pueda pillar, y de… ‘lo que sabemos’… ¡ni pío!
Así las cosas, este somero ejercicio criteriológico lo que pretende es que le sirva a sus lectores de “Curarina” que contrarreste el ponzoñoso veneno de la insufrible y opiosa ‘carretilla’ de la sociedad de ¡consumo consumida!, con sus nefastas secuelas disociadoras y alienantes que les inficionan las entendederas, aspirando que no haya sido pólvora gastada en gallinazos, sino ¡Gloria a Dios!, taladro que hienda la ignorancia, broca que terebre la estolidez de tanto homúnculo, intonso y soplapollas que se la pasa mariposeando en la vida, rumiando su prosaico sino terrenal y a quienes hay que preguntarles con Rafael Pombo:
Mariposa,
vagarosa
rica en tinte y en donaire
¿qué haces tú de rosa en rosa?
¿de qué vives en el aire?



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