Origen para acceder al mercado

Editorial
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La indicación geográfica del origen de los productos orgánicos en su etiqueta puede abrirles las puertas de mercados más exclusivos e incrementar su valor, como ponen de manifiesto distintas experiencias en Europa y Asia.
Ese tipo de producción que busca sacar el máximo potencial de los recursos naturales sin usar químicos tiene un largo historial, pero los procesos de certificación cada vez más complejos han terminado por dejar fuera a muchas empresas pequeñas que la llevan a cabo.

En todo el mundo, las cifras de la agroecología siguen siendo minúsculas si se comparan con el modelo intensivo. Apenas representa el 1,2 % de la superficie agrícola, 58 millones de hectáreas repartidas en 178 países con un mercado valorado en 2016 en 90.000 millones de dólares. Sus 2,7 millones de productores apuestan por dar solución a problemas como la degradación del suelo y la contaminación del agua, unos servicios más apreciados en los países ricos que en los pobres.

Entre un 20 y 50 % ha aumentado el valor de algunos de ellos con su procedencia geográfica inscrita en una etiqueta, según un reciente estudio de la Fao y del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, que calcula en más de 40.000 millones de euros lo que mueven esas marcas en el mundo.

A su juicio, las instituciones locales, como las creadas en Croacia o Polonia, están mejor capacitadas para conocer los conocimientos tradicionales, entender su potencial económico y preparar a los productores para cumplir las reglas. Se necesita un sistema nacional de certificación pero, sobre todo, agricultores motivados que reciban incentivos para cambiar a la producción orgánica, pues asumen muchos riesgos cuando dejan de usar químicos.

En Rusia, por ejemplo, faltan políticas estatales para apoyar esa clase de producción agrícola, necesarias para pasar de exportar alimentos básicos como los cereales a otros más procesados; destinos como Japón, China y Oriente Medio son prioritarios para las exportaciones rusas de productos agrícolas, que deberían aprovechar que los consumidores están listos para pagar más por los productos de calidad. Al final es una cuestión de confianza, como demuestra el daño que hacen las falsificaciones en la imagen de marca que quieren proyectar algunos países asiáticos.


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