Disciplina de combate

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



En un momento dado, los militares alemanes que apoyaron a Francisco Franco en la guerra civil española (1936-1939) no entendían por qué el Generalísimo se negaba rotundamente a bombardear desde el aire las trincheras de sus contrarios republicanos, y conseguir con ello el dominio del teatro de operaciones mucho más rápido que lo que implicaba la conquista centímetro a centímetro que el gallego se había propuesto hacer en nombre de la España de cristianos viejos. Por supuesto, para comprender a Franco, les faltaba a esos germanos “perturbados y maleducados” la mística que él mismo había desarrollado en el desierto, viviendo penurias con los soldados del Ejército de África, que ahora peleaban a su lado como unos caballeros cruzados contra los indisciplinados “rojos”.

Pues resulta que Franco, como lo ordena el manual, conocía muy bien a su enemigo: sabía que los del bando gubernamental eran buenos para la cháchara y malos para sufrir con valor, y que todo sería cuestión de perseverar en el uso metódico de la fuerza que se les oponía, de modo que al cabo se produjera el descreimiento suficiente entre las filas de esos comunistas y ateos para vencerlos. ¿Y con qué fin? Me atrevo a pensar que aquí viene lo que los alemanes, entonces amigos por conveniencia de España, no habrían podido asimilar ni exprimiéndose el cerebro: al Caudillo no le interesaba solamente ganar la guerra, sino, especialmente, recoger los frutos de tal triunfo, y para eso necesitaba avanzar con cautela en el terreno, como un político que va convenciendo al pueblo, ora con patriotismo, ora con miedo, de que no habría nadie como él para sanar el alma nacional.

No de otra manera se descifra haber preferido la confrontación lenta y selectiva, a la rápida, masiva y visiblemente despiadada. Ahora bien, en últimas, si de tener la razón se trata, los hijos de Sigfrido acabaron humillados a más no poder, como un marido engañado, mientras Francisco Franco estuvo, contando desde el Año de la Victoria, más de tres décadas y media siendo el único jefe de Estado de España, al final reconocido por occidente tan legítimo como si nunca hubiera tenido tratos con las potencias del Eje. A eso se le llama hacer eficiente administración de la violencia. Por lo demás, para ganar una guerra civil, a lo mejor la experiencia española no es siempre extrapolable a los demás países; en Colombia, por ejemplo, a pesar de haber seguido de cerca lo que ocurría en la península durante buena parte del siglo pasado, algo hizo falta para estabilizar de una buena vez a la nación.

Actualmente, en los Estados Unidos hay riesgo real de lucha intestina: un gobernador estatal, con el refuerzo efectivo de varios otros, desafía a los poderes federales (hoy tomados por el “colectivismo”, en palabras del elocuente Javier Milei), y se niega a dejar de combatir la inmigración ilegal en su territorio, el estado de Texas. Este gobernador, Greg Abbott, que sabe de derecho constitucional, apuesta por que los “rojos de azul” del Gobierno se acobarden como lo hicieron hace ocho años, cuando su copartidario, el hueso duro de roer Donald Trump, les cantara ciertas verdades reprimidas de cara al electorado y aquellos no pudieran contradecirlo ni controlarlo. Está sucediendo de nuevo.