La vaina de los escritores de opinión

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Tabares Agudelo

Luis Tabares Agudelo

Columna: Opinión

e-mail: tabaresluis@coruniamericana.edu.co


Escribir opinión es un oficio gratificante. Aunque exige tiempo, trabajo, estar al tanto del acontecer nacional y mundial, leer más de lo que se escribe, tener excelentes fuentes y quien lo publique; no se garantiza que sean leídos. Sin embargo, lejos de desanimarme, me abre un universo de posibilidades reflexivas sobre la naturaleza y el propósito de mi escritura que cómo oficio le debo noches enteras de reflexión, lectura e investigación.

Entonces, al escribir, me desnudo ante mi mismo, exploro las profundidades de mi ser, articulando pensamientos complejos y mis emociones más profundas que se convierten en un refugio y un espacio seguro donde puedo ser auténtico sin máscaras ni pretensiones.

Además, considero la escritura como una forma de resistencia y afirmación personal en razón de que en un mundo donde somos constantemente bombardeados por estímulos externos y presiones sociales, se convierte en un acto de rebeldía, una forma de afirmar mi individualidad y mi voz. Es una lucha contra el olvido, una declaración de que mis ideas y sentimientos tienen valor. De hecho, hacerlo sin una audiencia garantizada es un acto de fe extraordinario, una creencia en el valor intrínseco de mis palabras y en la importancia de registrar mi existencia.

Sin embargo, estoy plenamente consciente de la ironía inherente a mi oficio: la tensión entre el deseo de comunicar y ser entendido, y la posibilidad real de que mis palabras nunca encuentren un eco en el mundo exterior. Esta tensión crea una dinámica compleja, donde debo constantemente negociar entre mi necesidad de expresión y la realidad de mi aislamiento. A pesar de esto, o quizás precisamente por ello, persisto en escribir, impulsado por una necesidad casi mística de dar forma a mis pensamientos.

En este contexto, la escritura se convierte en una forma de trascendencia. Cada palabra que escribo es una apuesta por la permanencia, un intento de dejar una marca duradera en un mundo en constante cambio. Es una lucha contra la efimeridad de la existencia, una manera de alcanzar algo que se acerque a la inmortalidad. Y aunque puedo ser consciente de la vanidad de tal empresa, no puedo, ni quiero, resistirme a la llamada de sentarme a escribir. .

Por otro lado, es también un acto de generosidad y esperanza pues ofrezco una parte de mi a mis lectores, un regalo que quiero permanezca disponible para cualquier lector que pueda toparse con mis palabras. Es una inversión en un futuro incierto, una semilla que planto con la esperanza de que algún día florezca en la mente y el corazón de otro ser humano. En este acto renuevo mi compromiso con la escritura, consciente de que el verdadero valor de mis palabras no reside en su popularidad o reconocimiento inmediato, sino en su capacidad de resonar y significar algo para alguien en algún momento.

En síntesis, escribir es un registro de mis luchas, alegrías, miedos y esperanzas. A través de ella, documento la historia, doy mi opinión, crítico fuertemente, pero también exalto y agradezco, dejando un legado que deseo trascienda mi breve paso por este mundo. Por eso, cada vez que escribo mi opinión, se convierte en un acto de creencia en el poder de las palabras para conectar, sanar y transformar.

Para concluir, cuando escribo sin una audiencia garantizada es, en esencia, valentía, fe y esperanza. Es un compromiso con mis lectores, una declaración de que mi voz importa, incluso si solo resuenan en el silencio. A pesar de todo, cómo columnista continúo mi labor, guiado por la convicción de que escribir es, en última instancia, una forma de ser y de estar en el mundo, una forma de tocar la eternidad. En este solitario pero noble oficio persisto, movido por el anhelo  de entender, de ser entendido y de dejar una marca indeleble en el tejido de mis lectores.

Muchas gracias a mis fuentes, infinitas gracias por publicarme, gratitud eterna con mis lectores.