Oro de ley

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Entre chapuzón y chapuzón, a merced de las tibias aguas del mar Caribe, releo la columna final (?) de Mario Vargas Llosa en El País, de Madrid, que el peruano tituló hace más de una semana “Piedra de toque”, como también llamó desde 1990 a su espacio en ese diario. Pero ¿qué es una piedra de toque? No es sino una roca de jaspe que, dada su composición, permite administrar sobre su superficie alisada ácido nítrico en joyas de oro para comprobar su nivel de pureza, previa limadura de estas. Consecuentemente, se ha extendido su significado a todo aquel mecanismo que faculta demostrar el grado de veracidad de las cuestiones sometidas a su examen. Entonces ¿por ventura le fue otorgada a Vargas Llosa la autoridad divina de revelar que algo es fidedigno o que no lo es?

Con su habitual entereza, él se encarga por sí solo de desmitificarse. A los menos viejos, nos explica que la sana costumbre de que los periódicos separen de hecho sus informaciones, digamos objetivas, de sus inherentes opiniones editoriales (o de la de sus opinadores), no irrumpió en España sino hasta mayo de 1976, con la aparición de El País, en plena transición hacia la democracia, después de la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975. Como no dispongo de mi piedra de toque personal en la playa, pues ahora no sé si esto es real o no. Asumamos que lo es y confiemos en que, como lo dice el articulista, además es correcto aceptar que a partir de ese momento España guio a la prensa escrita latinoamericana por el sendero de modernidad que otros ya habían recorrido.

De esta manera, desde la perspectiva de Vargas Llosa, el derecho del escritor de columnas de opinión a decir y amparar su verdad no logra diferenciarse del deber de hacer lo mismo, aunque esa admonición venga en forma de consejo. Comparto este punto de vista: pululan las mentiras, totales o parciales, compuestas y ampliamente difundidas mediante la palabra escrita, no solo en los trabajos de algunos periodistas, sino en diversos tipos de publicaciones efectuadas por parte de políticos, empresarios, autores de renombre, y, desde luego, académicos. Supongo que es la fuerza de la imprenta lo que permite conceder a las entregas una presunción de autenticidad que en no pocos casos es injustificada, y que, sin embargo, de no mediar la debida contrastación, prevalece.

Ese tema esquivo de la verdad es abordado por el creador de obras tan crudas a la vez que ricas en idioma español sin darle mayores vueltas. Admite haber transitado el camino de la rectificación “moral y política” sobre ciertas convicciones personales y dejar la constancia en el papel a lo largo de los años. Cosa que constituye, agrego yo, deleite para quienes creen que no hay firmeza en resguardar hoy una idea y tiempo después la opuesta, ni siquiera si los hechos, y ya no la persuasión inicial, muestran que vale la pena el sacrificio de desdecirse. Así, concluye el hombre del puñetazo en la cara a Gabriel García Márquez que “[…] la confesión del error vale tanto como haber acertado en la defensa de lo propio. […]”. No olvidemos que, igual que los periódicos, cuando un columnista sabe distinguir entre los hechos y su opinión, aunque lentamente, da en superar su prueba ácida.