Evocación Navideña

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Digamos, en figura metafórica, que está en sus estertores el año de 2023. La impetuosa brisa tradicionalmente apodada “la loca” en el lenguaje vernáculo, se hizo presente con sus ráfagas huracanadas desde hace varias alboradas. Con su aire renovador que desvanece nubes, disipa tormentas, genera atmósfera veraniega, nos llega la plácida temporada navideña. Tiempo en que, en el orbe habitado por gentes inspiradas en el credo cristiano, se rememora el episodio trascendental acaecido hace más de dos mil años en el paradójicamente humilde y a la vez sacralizado portal de Belén: El advenimiento del Dios humanado.

Hospedaje sencillo e improvisado que le sirvió de refugio a los padres providenciales del Niño Dios, cuando emprendieron la obligada y furtiva peregrinación para protegerlo del infanticidio colectivo decretado por el rey Herodes. Hecho narrado y tenido por verdad histórica. Del que se derivan -por lo menos- dos enseñanzas: una, la sencillez, la precariedad del nicho que le sirvió de cuna al hombre Dios; otra, la crueldad del gobernante que, ante el temor de perder el poder, manda a asesinar a todos los varones que nacieran en el reino para evitar la posibilidad de que entre ellos pudiera surgir el líder capaz de destronarlo. De la primera se puede colegir que el Supremo Señor del Universo con evidencia lapidaria nos mostró que la grandeza se hermana con la humildad y que la grandeza no emana del boato ni de la pompa ni de la ostentación ni del lujo ni del derroche ni de la presunción jactanciosa ni de la pedantería vacua, sino que es atributo intrínseco y patrimonio del alma. Bien intangible. Efluvio sublime de espíritus selectos. De la segunda es fácil comprender cuán bajo puede descender y qué tan cruel puede llegar a convertirse el gobernante que, obnubilado por la soberbia y ebrio de la avidez de mando es capaz de condenar a muerte a todos los recién nacidos en el territorio bajo su dominio.

Los días navideños producen en el ánimo colectivo mágica incitación a hacer una pausa en las actividades ordinarias. Causan cierta placidez que convida a deponer los sentimientos hostiles. A mitigar las afugias cotidianas. Y fundamentalmente nos recuerdan que la razón primera de la festividad de navidad es la evocación del nacimiento de Jesús. La natividad del Mesías. Motivación que nos congrega alrededor del pesebre. A rezar en familia las novenas. A cantar los villancicos. A hacer sonar las panderetas. A revivir la fe cristiana católica que nos inculcaron los mayores y que hemos conservado y fortalecido en el curso de nuestra existencia. Al aglutinamiento de los núcleos afectivos familiares. La Navidad es temporada especial impregnada de hálito mesiánico. Que alegra a los congéneres todos: niños, niñas, adolescentes, adultos jóvenes y de edad provecta.

Hace ochocientos años, en 1.223, Francisco de Asís, el santo apologista de la pobreza, fundador de la comunidad de sacerdotes franciscanos, paradigma de humildad, autor de la insigne oración por la paz, en la ciudad italiana de Greccio, formó el primer pesebre con seres humanos y semovientes vivos. Desde esa época quedó institucionalizada la práctica religiosa de celebrar la navidad para rememorar el nacimiento de Jesús, Dios encarnado, en el centro de la representación del pesebre.

En la presente conmemoración navideña conectémonos con la esencia de la piadosa festividad. Hagamos memoria del prodigioso suceso ocurrido en Belén. Rindámosle culto a la criatura nacida en el rústico paraje: encarnación divina que vino a salvarnos. Procuremos que la luz de la estrella que guio a los pastores nos ilumine para seguir por la senda que nos traza el Señor. Roguémosle a Él que nos devuelva la paz que en Colombia y en el mundo hemos perdido. Que gocemos una navidad feliz.         



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