Taganga y la apatía administrativa

Dos terminales montañosos abrazan el mar para formar la bahía más hermosa del Litoral Atlántico en el Norte Colombiano; eso es Taganga.

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Pueblo de pescadores del corregimiento de Taganga en el abandono del gobierno distrital, sin un servicio de agua digno, calles sin pavimentar, fluido eléctrico interrumpido y sin derecho a la salud de un centro asistencial adecuado a las necesidades.


La Madre Naturaleza hizo que esas estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta fueran los guardianes de esa pequeña,  pero bien delimitada rada, para ser admirada por propios y extraños  a tal punto de haberse convertido en punto de referencia y atractivo turístico para visitantes de lejanas partes del mundo.

Lamentablemente este pueblo, corregimiento del Distrito Especial y Turístico de Santa Marta, ha padecido por siempre la indolencia y el abandono administrativo  de todos los gobiernos distrita-les desde que nuestra memoria existe.

Sus pobladores, gente humilde, derivan la subsistencia de sus familias principalmente del mar. Ese bello mar que no cansa mirarlo, tiene en sus profundidades mucha vida y se constituye en el sus-tento vital de los tagangueros.

A pesar de esta belleza natural, que mejor suerte debería tener, Taganga ha sido objeto de un olvido administrativo tan intenso como deprimente  que, obviamente, ha impedido su progreso desde todo punto de vista y que se evidencia al visitarlo y ver sus calles intransitables amen de los servicios públicos inadecuados.

Pero mejor, hagamos un glosario fugaz de estas falencias.  A la Universidad del Magdalena, otro-ra, se le cedió un amplio lote en sitio privilegiado en donde se construyó de inmediato la infraes-tructura para sus programas de Educación  en la Pesca y Biología Marinas actualmente vigentes; pero la colaboración con que dicha entidad retribuiría a la comunidad, hoy brilla por sus ausencia.

Por otra parte, no hay apoyo adecuado para la Educación Básica Primaria y el Colegio de Bachille-rato padece de atención para optimizar su funcionamiento.

El Centro de Salud fue derribado hace varios años con la promesa de construir allí el ¨hospital¨, pero como todas las obras que no se planifican adecuadamente y se prometen en época preelec-toral, hoy solo aparece como un monumento a la ignominia administrativa, porque a más de in-cumplirse lo prometido, solo sirve para  obstruir el tránsito vehicular, de por sí, normalmente desordenado.

Conclusión: resultó peor el remedio que la enfermedad, con una improvisación en la prestación de un servicio tan importante para la comunidad digna de mejor suerte.

¿Y el agua?  El preciado líquido solo se ve cuando llueve; lo cual ha permitido la creación de un lucrativo negocio: el de los carrotanques que llevan agua de Santa Marta supuestamente para ser distribuida gratuitamente, pero que en el pueblo son vendidos a precios altísimos.

La luz eléctrica como buen ejemplo de lo que ocurre en la región, con los apagones a cualquier hora y sin previo aviso, sin atención oportuna a los frecuentes daños que hasta la  vida de una me-nor cobro hace meses.

Con todo lo anterior, la imagen de Taganga como referencia turística se ha venido deteriorando y la dependencia oficial que maneja esa materia a nivel  distrital no la promociona internacional-mente pero tampoco ha diseñado programas para educación a la comunidad orientados a mejo-rar su comportamiento con el foráneo de manera integral.

Pero como si todo lo anterior no fuera nada,  este bello corregimiento está dispuesto a librar una batalla para impedir que su atractivo turístico natural y sus fuentes de suministro alimenticio y de ingresos para una gran parte de la comunidad dependiente del Turismo, sean vulneradas por per-sonas y firmas foráneas que solo  buscan realizar un gigantesco negocio con la anuencia de insti-tuciones gubernamentales en el alto gobierno como es la usanza en el actual.

Hace varios años se contaminaron las aguas de su bahía con el vertimiento de muchas toneladas de aceite, cuyas consecuencias para el ecosistema submarino aún perduran y afectó en bastante grado la pesca en los ancones más importantes de su bahía.

En otra ocasión, fue el emisario submarino como destino final de las aguas negras de Santa Marta y luego la utilización del antiguo embarcadero de Pescaito con la misma finalidad  para la servi-dumbre pluvial de los barrios subnormales de la capital.

Ahora se cierne sobre este sufrido pueblo un proyecto de mayor envergadura que, de cristalizar, afectaría en bastante grado la supervivencia de la comunidad pues, aunque se diga lo contrario, las características del mismo limitarían las actividades cotidianas pesqueras y de turismo.

Con mucha razón, la comunidad ha elevado su protesta ante lo que significa la limitación de su “modus vivendi”, lo cual en nada sería retribuido a ella por los gestores del proyecto. Valga la pena agregar, por si faltare algo, el momento incierto que vive la comunidad taganguera  en atención a que una entidad gubernamental como Parques Nacionales con el apoyo de la Armada Nacional, como perros de presa se apostan en la bahía para impedir el libre tránsito de las pe-queñas embarcaciones que salen a buscar en el mar el sustento para sus familias, en una clara violación a lo que ancestralmente se le había reconocido a la comunidad y que  está consignado en documentos de más de una centuria actualmente vigentes, pero que no se han tenido en cuen-ta para nada.

Los pobladores de la pequeña población pesquera salen a las calles a sentar su voz de protesta y dispuestos  a ser escuchados por las entidades territoriales distritales, quienes han sido sordos antes las múltiples necesidades que aquejan a estas personas que también son ciudadanos samarios.


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