Aquellos bailes donde la prima

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Las oraciones de la tía eran casi infalibles. Sus santos eran tantos que resultaba injusto atribuir los milagros a uno solo de ellos.

A veces los invocaba por parejas: santos Pedro y Pablo, Cosme y Damián... En algunas ocasiones alcanzó a rematar con las once mil Vírgenes. Sin embargo, cuando la lluvia dejaba de ser amenaza para convertir en verdaderos ríos las calles de la ciudad, la histeria de la prima no tenía límites. ¡Esas sillas vacías a la hora de comenzar el baile, mejor ni mirarlas...! Pero la prima se las sabía todas: tenía su clientela asegurada.

La costumbre era buscar a las parejas en un vehículo y llevarlas de nuevo a sus casas al finalizar el baile. Por esta razón siempre había muchachas disponibles, aunque se produjera un retraso por lluvia o, casos muy frecuentes, por falta de luz. Los hombres, sin embargo, muchas veces demoraban su llegada, pues se dedicaban a 'calentarse' en la tienda de la esquina, donde consumían tragos dobles o cervezas en una sola empinada, dizque para conseguir el 'temple' necesario antes de entrar al baile. También lo hacían porque generalmente el licor valía menos fuera que dentro de la fiesta.

Era entonces cuando la tía Isabel entreabría la cortina de dos piezas para indicarle al primo a qué muchacha debía sacar a bailar:

--La del corpiñito azul tiene muchas ganas de bailar. ¡Sácala!

Había que obedecer. Por algo también se era dueño del baile. Pero no bien terminaba una pieza cuando el primo, siguiendo la dirección que la tía le señalaba con rapidísimos movimientos de los labios, tenía que brindar su mano casi siempre a la menos agraciada, para contrarrestar por anticipado las pocas probabilidades que ella tenía de bailar en toda la noche.

Cuando empezaba el baile de verdad ya el primo las había repasado a todas. ¡Y ninguna de ellas podría afirmar después que no había bailado en la fiesta de Juanita! Entonces comenzaban a llegar los parejos.

Los bailes de la prima se distinguieron porque siempre fueron buenos. Su personal de base eran estudiantes del Liceo Celedón, en su mayor parte, y jovencitas de los colegios de comercio de la ciudad. La música actualizada permitía a las parejas asegurar tandas completas con el mismo acompañante, lo que les facilitaba iniciar un romance, apuntalarlo con palabras almibaradas al oído y dejarlo bastante avanzado cuando el baile terminaba.

No faltaba el parejo que, cuando una canción le gustaba mucho o le permitía bailar muy adosado a su pareja, le hacía una señal al 'picotero' para que la repitiera de inmediato. A todas estas, "Choy", que había colaborado con el transporte del hielo en una carretilla, permanecía dormido en una silla que nadie habría osado disputarle.

A la sombra de esos bailes florecía una actividad paralela complementaria. De esa manera se expendían en el patio las cervezas, las empanadas y otros 'fritos' amasados por manos expertas. Se consolidaba así una industria familiar que a veces dejaba mayores ganancias que el baile en sí mismo. Toda esta feria en miniatura terminaba cuando al día siguiente se devolvían formalmente las sillas que las vecinas habían prestado. Para evitar confusiones y acarreos innecesarios, cada silla estaba identificada con una pequeña cinta donde se podía leer el nombre de la propietaria.

Todavía hoy, tantos años después, muchos veteranos --y veteranas--, para verificar si se conocen o por lo menos si se habían visto alguna vez, se preguntan al tiempo: ¿Tú no bailabas donde Juanita?

Es que, definitivamente, los bailes donde la prima no se pueden olvidar.