La sensatez, la iniciativa, la honestidad y el apoyo a una ciudadanía activa siguen siendo deseables y posibles a la hora de gobernar. En medio del desconcierto por los desatinos, cuando no la desidia o la corrupción de quienes tienen a su cargo los grandes trazos de la acción estatal, hay comunidades que pueden mostrar realizaciones de bien colectivo que serían posibles en todas partes si se actuara con probidad. Pequeñas comunidades, guiadas por líderes honestos y creativos, marcan una diferencia enorme respecto de las que caen en la trampa de elegir a quienes administran para su propio beneficio o el de sus aliados, que es igual de perjudicial.
Anávra, una aldea de trescientos habitantes perdida en las montañas de Grecia central, a mil metros de altura, lejos del mar y a cuarenta kilómetros de la ciudad más cercana, todo ello inusual en ese país, se debatía al principio de los años noventa del siglo pasado entre el desorden y el abandono, con los cerdos, los bovinos y los ovinos deambulando entre las casas por calles y caminos que en época de lluvia o nieve se volvían intransitables. Los programas de ayuda provenientes del gobierno central o de la Unión Europea no alcanzaban a producir efectos en esa remota localidad. La burocracia tradicional y la ineptitud de la clase política se devoraban todo. El destino del pueblo parecía ser, en el mediano plazo, el de perecer.
Fue entonces cuando Dimitris Tsoukalás resolvió regresar de Atenas a su lugar de origen y buscar la Alcaldía, contra el querer de los habitantes tradicionales que al principio no creían en ninguno de sus proyectos, ilusos pensaban, y contra la miseria y la corrupción. Instalado por fin en la Alcaldía comenzó a demostrar que el uso de los recursos, propios y ajenos, destinados al progreso de la aldea, se podía hacer de manera transparente y orientarlos nítidamente en beneficio de todos. Así fue capaz de construir, paso a paso, un compromiso ciudadano que ha permitido realizaciones jamás imaginadas por los vecinos y que ubican a Anávra en el lugar más alto de los miles de aldeas griegas, que comienzan a reconocer que en cada una de ellas se podría hacer algo similar. Ejemplo invaluable de acción gubernamental y sobre todo de acción ciudadana para todo el país.
En contravía de la tendencia de concentración en las ciudades, que ha drenado las aldeas de Grecia desde la Segunda Guerra Mundial, particularmente cruenta allí donde la resistencia local fue masacrada sin piedad, en el caso de Anávra se comenzó a producir el fenómeno inusual de retorno de nativos a su lugar de origen. De manera que la población se llegó a duplicar en los últimos quince años. Con las condiciones adicionales de pleno empleo y de una elevación notable del ingreso per cápita, que oscila entre los treinta y los cien mil euros anuales, comparable solamente con aldeas suizas.
El Alcalde es quien menos gana, porque vive estrictamente de su sueldo, y claro está de la gratitud ciudadana, que no es poca cosa. En lugar de enriquecerse o enriquecer a sus amigos y aliados con el erario, cosa común en otras partes, no ha hecho sino multiplicarlo para bien de la comunidad. Específicamente ha sido capaz de establecer una serie de parámetros de vida colectiva, dentro del respeto por las libertades de cada quién.
Así, por ejemplo, las cabras y otros ganados, que suman más de veinte mil, pastan al natural en los parajes del municipio a lo largo de la primavera, el verano y el otoño, de manera que se mantiene el sabor tradicional que proviene de las hierbas de montaña que consumen y que representa una marca de calidad de origen que todos quieren preservar porque es la fuente principal de ingresos de los habitantes del municipio. En el invierno moran ordenadamente en granjas ganaderas donde encuentran alimento que a lo largo de las otras estaciones ha sido cultivado cuidadosamente para que todos puedan subsistir, en forma tal que no se corte el flujo de los negocios de exportación de la comunidad. Aprovechando las corrientes de aire en las montañas cercanas, el Alcalde organizó un parque de veinte generadores eólicos que producen energía suficiente para usar y vender. El excedente significa recursos adicionales que sumados a otras fuentes han permitido a la aldea contar con un matadero ejemplar, estacionamientos para esconder los vehículos, campos deportivos, gimnasios, un museo folklórico y un parque ambiental cultural de doscientas cuarenta hectáreas, con fauna salvaje y observable, árboles centenarios, senderos y anfiteatros naturales, que se está convirtiendo en lugar de peregrinación y fuente de ingresos adicionales para el municipio.
Una política local de vivienda que ha permitido cubrir las necesidades de quienes carecían de hábitat propio, un jardín de infantes, una escuela primaria y una clínica bien dotada y con atención permanente de médicos sostenidos por la comunidad, cierran un esquema de seguridad humana que permite que subsista, ahora con calles y caminos pavimentados, un espíritu de concordia e igualdad. Y dos proyectos se perfilan como las acciones a acometer entre todos en el inmediato futuro: la construcción de una pequeña hidroeléctrica y un sistema comunal de calefacción central, animado con biomasa, que permitirá sobrellevar los inviernos en condiciones inmejorables para los habitantes del lugar.
Desde las pequeñas proporciones de su municipio aislado, Tsoukalás ha sido un gobernante ejemplar. Ha servido a su pueblo sin mezquindad. No montó un grupo de amigos para hacerles favores. Nunca mintió, porque considera que mentirle a un pueblo es sembrar las semillas de la desconfianza, la ruina de las instituciones y la corrupción. No cree que sea el único que sabe cómo gobernar, ni el único ungido por la Providencia para señalar el rumbo de la comunidad. Cree más bien que los ciudadanos de Anávra se deben acostumbrar a manejar, defender y hacer progresar el proceso que él inició.
