Paz en el deporte, No más barras bravas

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Más claro no canta un gallo: un sondeo realizado la semana pasada por un importante diario capitalino reveló que 9 de cada 10 colombianos temen portar la camiseta de su equipo por miedo al ataque de algún hincha rival.

Los recientes homicidios a ciudadanos que portaban la blusa de un equipo "enemigo" y estaban en el lugar equivocado se suman a toda una secuencia de crímenes que se suceden con inusitada reiteración.

Atrás quedaron los tiempos de ir a los estadios a ver fútbol; las familias dijeron adiós a los escenarios que se han convertido más en escenarios de batallas campales entre esos violentos desadaptados sociales que posan de aficionados.

En ciertos partidos es casi suicida vestir prendas o celebrar el gol del equipo rival. Son espeluznantes los himnos de guerra, las actitudes de los "barrabravas" y sus actuaciones antes, durante y después de los partidos. Los vecinos de los estadios, los dueños de carros, los hospitales y cementerios dan fe de ello. Pero es necesario diferenciar al hincha raso del violento "barrabrava".

La tragedia ocurrida en Bruselas, 39 muertos durante la final de la Copa de Europa de 1985, obligó a las autoridades europeas a tomar medidas drásticas para controlar la violencia en los estadios generada por los "hooligans" (vándalos).

La Uefa retiró a los equipos ingleses de las competencias continentales europeas durante varios años. La tragedia de Hillsborough, con 96 muertos, llevó al gobierno de Margaret Tatcher a expedir el "Football Spectators Act" y el "Informe Taylor" para erradicar a los hooligans de los estadios, muchas de cuyas medidas hoy son parte de la seguridad que exige la Fifa en competencias internacionales; no obstante, algunas se incumplen.

Por ejemplo, se dice que en Colombia varias barras bravas son patrocinadas por los clubes locales, algo expresamente prohibido por el "método inglés". Tampoco estamos exentos de tragedias: 18 muertos de Ibagué en 1999 por fallas de estructura y seguridad en el estadio, o la de Cali, un año después, por la canallada de unos aficionados y la actuación inadecuada de los policías, con saldo de 22 muertos.

Hay que explorar a fondo el porqué de la violencia en el deporte para proponer soluciones. Las "barras bravas en Colombia", como los "hooligans" en Inglaterra, son fenómenos sociológicos similares. Asociados a la marginalidad, la violencia de familia y barrio, al desempleo y la pobreza, estos personajes desfogan sus complejos y frustraciones contra la sociedad en cabeza del equipo rival y sus seguidores, como si ellos fuesen los responsables de sus problemas: alguien debe pagar el pato.

La simbología de esos personajes se refleja en las vestimentas, los tatuajes, el argot, sus conductas, lenguaje y territorio. No es rara la vinculación de algunos de sus miembros con la delincuencia en forma de atracos, microtráfico y consumo de psicoactivos o extorsión; les endosan también prostitución y satanismo. Sólo unos pocos son delincuentes, ciertamente, pero la mayoría es masa obediente de un líder de manada, actúan monolíticamente ante ciertos estímulos y muchos, por simple reflejo, caen en desmanes imperdonables: todos los demás lo hacen también.

El tranquilo muchacho, ejemplar trabajador entre semana, puede convertirse en un malhechor en determinadas circunstancias. Se habla de políticos apoyándolos a cambio de votos y apoyo, y de autoridades cómplices (algunas manzanas podridas, lógicamente). Y algunos periodistas deportivos que azuzan pasiones recónditas, dirigentes y jugadores con declaraciones altisonantes, árbitros venales, autoridades indiferentes y leyes blandas: como en la perinola, todos ponen…

¿Qué hacer? ¿Cómo controlar todo esto? La solución facilista y de corta visión es bolillo, cárcel y hasta más a todo lo que se mueva y, como el avestruz, cancelar los partidos o los torneos. Detengámonos ahí: si existe una complejidad social de fondo, hay que atacar de raíz el problema, no sus síntomas. Las medidas de seguridad en el fútbol existen y sólo hay que aplicarlas en su totalidad; incluso, se pueden escalar a niveles superiores.

Por ejemplo, carnetizar a los barristas y enviar listados a las autoridades para control a la entrada a los estadios, identificación biométrica, tribunas definidas para las barras con las debidas seguridades para ellos y los demás, detectores de metales, perros antidrogas, control de alcoholismo, cámaras de video de alta resolución, policía especializada, etc.; hay que aprovechar la tecnología, menos costosa que los crímenes de los violentos, quienes merecen más un lugar en los frenocomios.

Esto minimizaría la entrada de vándalos a los escenarios deportivos y dejaría que los verdaderos hinchas gozasen de los espectáculos en santa paz. Pero además hay que trabajar con acciones de largo plazo: las autoridades pueden colaborar con educación enfocada en el civismo y la urbanidad, la integración social y otros frentes como el trabajo para muchos de los hinchas. De ahí en adelante, mi tío Godofredo y sus seguidores pueden actuar a placer.