Grafitis y grafiteros

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Con el debido respeto por sus autores, son pocos los grafitis que realmente se pueden tomar como arte verdadero y asumirse como un aporte estético al paisaje urbano. La mayoría parecen mamarrachos ajenos a la verdadera manifestación artística, aun cuando el grafitero esté convencido de otra cosa. Los dueños de bienes expuestos se molestan profundamente con los manchones de pintura sobre las fachadas sin una técnica pictórica definida ni mensajes interesantes, ajenos a la estética del sitio y al deseo del dueño.

Es irritante el daño a elementos urbanos valiosos como parques y monumentos con el único ánimo de causarles deterioro. Pero de ahí a tolerar la agresión física que provocan algunos propietarios de inmuebles y defensores de lo público, y que con frecuencia algunos miembros de la fuerza pública ejecutan a placer, hay tanta distancia como de aquí a los confines del Universo. Más aún, cuando el ataque termina con la muerte del grafitero sin que medie agresión alguna a la autoridad (de hecho, huyen dando la espalada), algo inaceptable en la vida civilizada. El intento de escape puede ser letal para la vida del artista.

El episodio del joven bogotano Diego Felipe Becerra, muerto a bala en circunstancias confusas que se complican por la presunta manipulación de los hechos, es una clara muestra de intolerancia irreflexiva con los personajes que dejan su huella pictórica -válida o destructiva, no importa- en paredes, columnas o estatuas. "Vándalos", les dicen, y casi siempre con razón: algo va del grafiti artístico al adefesio catastrófico, especialmente si afecta señales de tránsito o bienes de interés cultural como esculturas o edificaciones, por ejemplo. Las normas vigentes que regulan el grafiti parecen inefectivas cuando la propiedad privada es atacada furtiva e intencionalmente.

En muchas ciudades del mundo, el paisaje urbano padece de excesiva contaminación visual en sectores donde predomina el grafiti; el transeúnte preferiría deleitarse con elegantes murales de pintura en aerosol o reflexionar con frases ingeniosas. Pero el insulto vulgar, la consigna política violenta y caduca, la amenaza al hincha rival, o los rayones ininteligibles son deplorables signos de ramplonería, descuido de la autoridad e indolencia de la ciudadanía.

Israel Hernández, el joven grafitero barranquillero que murió en Miami hace pocos días por cuenta de la brutalidad policial pone los reflectores en la necesidad de definir puntos equidistantes entre el debido ejercicio de la autoridad y el respeto del bien ajeno por parte del pintor urbano, entre la legítima aceptación del arte callejero y la represión del intolerable vandalismo.

El "taser", la pistola eléctrica que mató a Israel, es peligrosa y potencialmente letal -concepto admitido por el propio fabricante- que ha segado muchas vidas por cuenta del uso abusivo de los policías: 40.000 voltios no son un chiste.

Una cosa es usar espacios permitidos para las manifestaciones artísticas y otra muy diferente es atacar a mansalva la propiedad privada y el bien público. Esta última modalidad bien merece la sanción judicial; multa, reparación del daño y acción social, por ejemplo. La cárcel, como quisieran muchos, puede resultar poco eficiente para disuadir a los pintores callejeros.

Los verdaderos artistas y los defensores del grafitilo utilizan como medio para hacer pensar, obligar a mirar un entorno que ellos cambian sin previo aviso ni autorización, para manifestar el anónimo disenso buscando despertar conciencias y protestar si se quiere, y lo empiezan a visualizar como una actividad comercial lucrativa para personas sin oportunidades, también artística y cultural.

Aceptan que causan perjuicios pero defienden su causa como un proceso formativo para artistas en ciernes que podrían después trabajar en diseño o en publicidad y, para ellos, menos lesivo desde el punto de vista ecoambiental quelas clases de dibujo en el jardín de párvulos, por ejemplo.

Claro, en varios países hay colectivos de respetables grafiteros con gran reconocimiento internacional, lo que lleva a la necesidad de regular efectivamente tal actividad en Colombia, asignando de manera concertada espacios definidos y autorizaciones a quienes se inscriban ante la autoridad municipal, con sanción social y pecuniaria para los bárbaros destructores.

Pero hay que sacar del paquete el uso excesivo de la fuerza que conlleve a lesiones o, peor, la muerte de un pintor urbano. Los grafiteros deben respetar el concepto de arte y a la ciudadanía, además de acatar las disposiciones legales.

Y que los ciudadanos de a pie entendamos y apreciemos el cambiante arte callejero en su mejor expresión, en los lugares en donde debe estar. Se trata de un acuerdo de doble vía a respetar por todos.

Apostilla: Dos personas de mi corazón en mi primera infancia, del vecindario, respetables faros y verdaderos amigos de familia, han partido de éste mundo: Cira Vélez de Fawcett y Rodrigo González Riascos. Mi sincera solidaridad con las familias Fawcett Vélez y González Gómez en tan difícil momento.