Hacer espacio para todos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net



El tiempo no es sino el área entre nuestras presencias. La faena no es fácil. Tenemos que recambiar posturas para entendernos, también restablecer modos y manera de vivir para poder cohabitar en comunión. Ciertamente, nada se consigue sin trabajo; y, en este mundo que estamos reconstruyendo entre todos cada aurora, tenemos que hacer espacio para la concordia. Quizás tengamos que salir de nosotros mismos, abandonarnos y ser dóciles para tomar otras actitudes más conciliadoras, que nos activen el entusiasmo de la verdadera acogida. Es cierto que la realidad nos desborda, que el orbe de la comunicación anda crecido de recetas, que las cosas no son como se dicen muchas veces. Sin duda, es toda una industria de compraventa la que nos sale al encuentro en nuestro diario viviente. Por eso, es vital la comunicación interna con uno mismo. El silencio es tan necesario como la palabra, para engendrar un camino de sensibilidades y propagar el buen hacer y el mejor obrar vivencial.

Realmente, a la savia le basta el punto de una abertura para resurgir. Lo que nos hace falta, a los humanos, es mayor entusiasmo por los vínculos, abrir el corazón y vivir con humildad, previo aprender a reprendernos para poder soportarse uno entre sí y con los demás. Es cuestión de unirse y de reunirse en un esfuerzo común, para un reino que no excluye, sino incluye; que tampoco cultiva carrera de armamentos, sino el apretón de abrazos del alma en momento de dificultades, con la mirada acariciadora de la mansedumbre del verso y la quietud. Indudablemente, se necesita mucha paciencia para aguantar los defectos del análogo, que camina a nuestro lado, pero una vez conseguido ese brío armónico se crea una unidad que impulsa la amistad; y, por ende, la sal de la vida. No hay avance tan seguro como un amigo que camina siempre a nuestro lado, sobre todo en las horas difíciles.

Deberíamos, pues, engrandecer el horizonte de la compañía y aminorar el espacio de la soledad. Será sensato, por ello, acrecentar el auténtico espacio de la virtud y achicar el camino del vicio, antes de que se  nos destruyan  nuestros interiores. Hay que fraternizarse como sea. Es nuestra gran asignatura pendiente, que lo sepamos. La humanidad es única y es como es, pero nada que sea humano, puede resultarnos extraño. Ahí están nuestras propias facultades, dispuestas a ponerse en acción o en movimiento, con la razón que todo lo esclarece y domina, también con el coraje y el ánimo suficiente para actuar, aparte de los sentidos siempre dispuestos a obedecer para caminar próximos al prójimo.

Esta correspondencia existencial hogareña, a través de la fuerza unificadora del amor, es la que nos asciende a un universo de gozos y de dichas. Lo prioritario, tal vez radique en transformar el propio “yo”, para entrar en el espacio del “nosotros: los humanos”. Justo, en esta zona de alegría, a la que todos estamos llamados, hasta el mismo aire globalizador se respira de forma equitativa y sin derroches. No corramos el riesgo de olvidar lo cardinal: el marco natural, que nos enraíza recíprocamente al cuerpo universal del lazo tierno, poniéndonos en el camino de la bondad y de la verdad, que es lo que realmente nos cambia por dentro y por fuera. En consecuencia, a poco que activemos una mirada global, nuestras propias historias humanas nos irradiarán lugares, para un cambio en nuestro mar adentro, donde imperen los signos de la gratuidad y gratitud. Esto se conseguirá, si activamos un momento de nuestros muchos espacios absorbidos en inutilidades, en reflexionar para alimentarnos.