Santa Marta: Que no sea otra oportunidad perdida

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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


Después de un mes de enfrentamientos entre candidatos con argumentos jurídicos, mediáticos, y hasta intentos de asonadas, la justicia definió como alcalde de Santa Marta para el periodo 2024-2027 a Carlos Pinedo Cuello. Esta decisión puso fin a una serie de hechos que iniciaron con la inscripción por parte del partido Fuerza Ciudadana de una candidata inhabilitada, y luego pretendieron la inscripción extemporánea de un nuevo candidato. Las manifestaciones y acciones empleadas en la disputa, mostraron claramente qué esperar de cada candidato en sus eventuales mandatos. Pese a las heridas abiertas, un nuevo gobierno, ofrece la oportunidad de pasar la página de doce años de polarización política, discurso de odio, y exclusión, cuyo legado deja además de precarias cifras de gestión pública, una sociedad dividida en un ambiente convulso. Resulta inadmisible que Santa Marta, después de 500 años de historia, no haya entendido que mientras la unión fortalece y desarrolla a las sociedades, la división las debilita y retrasa. El alcalde electo, ha prometido gobernar para todos. Esperamos que así sea, y no sea ésta, otra oportunidad perdida. 

El reto no solo será para el alcalde, sino para todos los samarios, quienes deben procurar participar activamente en las decisiones que definen los aspectos estructurales de la ciudad. No debe admitirse que desde afuera, sigan imponiéndose interpretaciones ajenas a la realidad de la ciudad, pues quienes en ella viven, son quienes conocen sus problemáticas y soluciones más convenientes.

Por encima de la realidad local, no pueden estar las solidaridades ideológicas de líderes de otras regiones, quienes buscan pescar en río revuelto. Estos, han querido construir una narrativa entorno a los gobiernos del “cambio”, presentándolos como promotores de un tal “progreso” que en Santa Marta, se desconoce. Se atreven a hablar del supuesto progreso de una ciudad cuya gestión pública ha sido calificada por del Departamento Nacional Planeación como la peor entre ciudades capitales del país, que se ubica como la cuarta ciudad con mayor pobreza monetaria extrema (16,1%) y la cuarta con mayor informalidad (61,3%). A estos deficientes resultados, se suma el detrimento de recursos públicos al que ha estado sujeta la ciudad por proyectos mal estructurados como la Megabiblioteca (sobrecostos de $15.000 millones), Parque del Agua (sobrecostos de $8.000 millones) el inacabado estadio Sierra Nevada, la malversación de fondos y sobrecostos en el Coliseo de Gaira.

Al parecer, estos líderes políticos e influenciadores que desde sus distantes ciudades exaltan el supuesto progreso de Santa Marta, no han salido de los grandes hoteles en que se hospedan invitados por sus aliados políticos locales. Solo esto podría explicar que no logren ver el deterioro urbano, patrimonial, económico y ambiental de la ciudad.

Pero si los de afuera se sienten moral y políticamente autorizados para imponer sus criterios sobre qué “conviene” a la ciudad, es debido al pobre liderazgo de las elites políticas, intelectuales y gremiales locales. Elites pedigüeñas que se han conformado con privilegios económicos y burocráticos, sin intención de contribuir en la construcción de un proyecto colectivo de ciudad. Esta degradación social e institucional, abrió los espacios para que desde el centro del país, se nos trate como interdictos para manejar nuestro propio territorio. Ejemplo de ello, como décadas atrás desde el nivel nacional cercenaron el potencial turístico de la ciudad al esterilizar el 85% de su área más estratégica con la declaratoria de reservas naturales. Hoy, disponen del manejo de nuestras entidades públicas y ejecución de grandes proyectos, para beneficiar a sus copartidarios sin importar el bien común local. 

Santa Marta, no puede seguir proyectándose como una ciudad sin dolientes a la espera que los de afuera vengan a salvarla. Lo que se necesita es una sociedad comprometida, en donde cada uno aporte lo mejor desde su rol, y en esto, el Alcalde electo juega un papel importante. Menos movilización por las derrotas o victorias políticas y más indignación moral ante la pobreza y el saqueo de nuestras instituciones.