Sin reformas estructurales no hay paraíso

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Probablemente hoy ya se sepa quien ganó las elecciones en Argentina.  Ser presidente de Argentina es un mal que no le deseo a nadie.  Realmente es muy poco lo que un presidente puede hacer para cambiar el rumbo del país, si el país no está dispuesto a hacer los sacrificios necesarios para cambiarlo.

La tragedia de Argentina lleva cocinándose casi un siglo.  Antes de la Primera Guerra Mundial, el PIB argentino creció 6% durante más de cuarenta años.  Era uno de los diez países más ricos por encima de Francia, Alemania e Italia.  La bonanza de los insumos primarios no fue aprovechada para diversificar la economía, y cuando los vientos cambiaron por la guerra, Argentina cayó en desgracia. La inestabilidad política ha plagado al país y desde 1930 ha tenido seis golpes militares.  En lo económico han dado tumbos de un lado al otro: de economía abierta a estatismo, al ritmo de las distintas crisis económicas que la han asolado. 

Según el Banco Mundial, Argentina ha tenido dieciséis recesiones desde 1950.  Además, ha incumplido pago de deuda externa nueve veces, tres desde el año 2000.  Desde que se unió al FMI en 1956 ha pedido 22 veces planes de rescate y es el segundo mayor deudor; debe $43 billones de dólares.

La Cepal en cabeza del argentino Raul Prebish concibió la grandiosa idea de que para que no volviera a suceder lo que sucedió a la Argentina, América Latina debía crecer con orientación para sustituir las importaciones.  Esto llevó a que toda la política industrial se volcara a lograr este propósito, dejando a la región plagada de industrias ineficientes que requieren de subsidios permanentes para sobrevivir. El enfoque de Asia fue el crecer con orientación exportadora.  Esto explica por qué en el mismo periodo de tiempo, Asia se convirtió en un modelo económico admirado y que ha sacado a millones de la pobreza, y por qué nosotros seguimos rezagados y empeorando. 

El populismo peronista le ha hecho, y sigue haciendo, mucho daño a los argentinos.  La difícil situación económica permanente que vive y por ser mala paga, a Argentina le es difícil prestar dinero, entonces imprimen dinero sin control; por esto, la hiperinflación.  Massa, actual ministro de economía, recibió la tasa de inflación en 79% y en pocos meses la llevó a 140%.  El proteccionismo y estatismo más asistencialismo (más de la mitad de la población recibe alguna ayuda) y corrupción rampante han hecho de Argentina un país a punto de ser inviable. 

El análisis es sencillo y no es muy diferente de la economía de una persona.  Quien gasta más de lo que gana vive a crédito, y si la deuda crece descontroladamente, eventualmente los ingresos solo van a pago de deudas, pero llega un momento en que no se puede prestar más y no hay como pagar. La persona está quebrada.  Vivió más allá de sus posibilidades.  No creció sus ingresos (cambiando de trabajo, etc), y cuando podía todavía manejar las deudas, no quiso hacer los ajustes necesarios en su estilo de vida.  Esto es lo que ha sucedido en Argentina.

El populismo del peronismo y su corrupción llevaron a que Milei, quien ofreció soluciones de mercado a diferencia de Massa, haya sido uno de los dos candidatos finales.  Y es tal la desesperación, que muchos lideres mundiales y de opinión dentro y fuera de Argentina, le brindaron su apoyo a una persona palpablemente desquiciada como Milei; preferible un loco a un peronista cuerdo. 

Las profundas reformas estructurales, dolorosas, que requiere la economía argentina son políticamente inviables.  La voluntad de cambio de los argentinos dura lo mismo que los propósitos de año nuevo.