¿Y qué esperaban?

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

e-mail: jplievano@outlook.com



En las elecciones de 2022, muchos empresarios, jóvenes, políticos y grupos de interés moderados o de centro, centro izquierda y centro derecha apoyaron y votaron por el candidato Gustavo Petro. Muchos otros se escandalizaron con estos apoyos, pues ya vaticinaban lo que podría significar su llegada al poder.

Aquellos moderados que lo apoyaron y votaron por él pensaban que era un primer paso necesario y adecuado para abrir espacios políticos y por cuanto la izquierda merecía y debía llegar al poder, como alternativa válida, por la inoperancia del establecimiento para mejorar las condiciones económicas y de vida de los colombianos. Pensaban que era mejor tenerlo en la Casa de Nariño, adelantando agendas responsables y adecuadas de cambio, de cierta manera controladas por la “robusta” institucionalidad colombiana, incluso ayudado por sectores moderados y expertos técnicos, que tenerlo en las calles, polarizando y azuzando la famosa primera línea y otros actores legales e ilegales. Pues bien, aquellos que de manera auténtica e inocente lo apoyaron y votaron por el cambio, seguramente la están pasando por inocentes. 

Gustavo Petro es lo que es. Ni más ni menos. Es lo que es, por lo que representa y sus ideas políticas, y es lo que es por su forma de vivir, pensar y actuar. Estuvo muchos años en la guerrilla y fácil es desmovilizarse y salir de ella, pero difícil es cambiar. Su sustrato es marxista-leninista. No le gusta lo privado. Prefiere lo público y entre más grande sea el estado mejor, pues le gusta la burocracia, pero obvio, la de él. Las empresas son buenas si son pequeñas y controlables y si no están en sectores estratégicos.  Lo bueno, lo malo, lo conveniente y lo inconveniente no deviene del acto en sí mismo, sino aquello que le convenga a él. La formación de equipos y políticas públicas nacidas en la diferencia y la dialéctica tampoco es lo suyo. Se siente cómodo en el dogmatismo, el autoritarismo y los diálogos de Twitter. Prefiere las palabras grandilocuentes a los hechos y resultados. 

Aquello de madrugar y ser puntual, tampoco se le da. Le gusta el caos y el desorden. Lo suyo no es apaciguar, sino polarizar. Vive en permanente confrontación con todo lo que no sea de su gusto. Sus valores son discutibles. 

Adolece de prolijidad en temas históricos y económicos. Compara lo incomparable y apuntala sus discursos con hechos y cifras erróneas. 

En fin, cuenta con las cualidades y calidades inadecuadas para un presidente. A pesar de ello, sabiendo lo que significaba y conociendo quien era, el país lo eligió, con el concurso, apoyo y votos de la mayoría, entre ellos muchos empresarios, jóvenes, políticos y grupos de interés moderados bien intencionados. Ahora, muchos de ellos, se rasgan las vestiduras. Lo que vemos y vivimos era lo que iba a pasar. Un desgobierno. Un gobierno que no condena a los terroristas del Hamas. Un país que naufraga ante políticas erradas como la de la paz total. Una economía que sucumbe por la inseguridad, la falta de confianza inversionista, la inflación y las excesivas cargas a las empresas. Una sociedad que se destruye ante los subsidios y los antivalores. ¿Y qué esperaban? ¿algo distinto? Pues no.