Los de la última fila

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



El profesor se equivocó y por primera vez el estudiante más aplicado de la clase lideró la revuelta contra la injusticia.  Toda la clase abandonó el salón, y ante esta situación no quedó más remedio que suspenderlos a todos. 

En la reunión con los padres de familia quedó claro que el profesor se había equivocado y que la protesta estaba justificada.  Sin embargo, los padres decidieron apoyar al profesor y castigar a los hijos.  Entendieron que si se iban contra el profesor, sería dificilísimo que los estudiantes lo respetaran, lo cual haría el proceso educativo imposible.  Cuestionados sobre el asunto, respondieron que si al final del proceso educativo lo único que habían aprendido sus hijos era respeto por la autoridad y disciplina, se había logrado el cometido.  Lo importante era la internalización y respeto a los dos ideales, que son la base de la construcción y permanencia de la sociedad.  Sin estos dos no es posible el ciudadano.

Esta historia es contada en un libro de cuyo título no me acuerdo bien, pero que era algo así como El Alumno de la Última Fila.  La autora propone que la crisis que estamos experimentando en las democracias occidentales obedece a que hoy nos gobiernan aquellos que fueron los alumnos indisciplinados y rebeldes sin causa, aquellos que normalmente se sientan en la última fila porque están pocos interesados en aprender y tienen poco respeto por la autoridad.  En las democracias, sobre todo en las deficientes, las fortalezas de estos individuos los llevan a posiciones de liderazgo y poder.  Sus falencias en la formación académica, aunadas a la ausencia o debilidad de sus valores ciudadanos, los lleva a ser líderes mediocres en el mejor de los casos e incapaces de generar bienestar común.

Esto sucede en las cabezas, pero si damos una mirada al resto, encontramos un panorama aún más preocupante y que va al corazón de la democracia como ideal.  Los que vivimos en países democráticos creemos que esto es lo deseable, pero muchos desconocen que esto es bastante reciente.  La democracia hasta hace muy poco era mala palabra y detestada hasta por los liberales.  Era tan odiada y temida como el comunismo. 

La democracia directa de los griegos no tiene nada que ver con la de hoy.  En Atenas, los que eran ciudadanos se reunían en un sitio, se exponían los argumentos, se votaba y se adoptaba la decisión por mayoría de votos.  La noción ciudadano ha sido un tema neurálgico en la evolución del concepto de democracia.  Siendo su último logro el voto universal donde todos los que tengan la edad fijada pueden votar.

Históricamente, la crítica principal al voto universal era que abría la puerta a que mayorías iletradas eligieran a quienes gobernarían una sociedad.  El siglo pasado con las campanas de alfabetización supuestamente se dio respuesta a esta aprehensión. 

De lo expuesto se desprende que la democracia para que funcione y genere bienestar generalizado depende de un sistema educativo sólido donde no solo se imparta conocimiento sino también principios y valores que conlleven cohesión y solidaridad social.

El intento insensato de modernizar nuestra sociedad, intentando saltarnos etapas obligatorias, nos ha llevado a debilitar nuestra democracia.  Antes los colegios, y en muchísimos casos, prácticamente servían de hogares sustitutos.  A una persona se le enseñaba aquello que no recibía en el hogar.  Se le hablaba de valores cívicos, amor a la Patria y muchos otros temas formativos, hoy desaparecidos de los currículos.  Se formaba al ciudadano en todos los casos.

En Colombia hoy nos gobiernan los de la última fila y deciden mayorías que no tienen la preparación mínima para votar responsablemente.  Esto explica los ministros y congresistas activistas e influencers y también explica las primeras líneas, los estallidos sociales, y los alumnos que le pegan a un profesor por un celular.  Esto explica por qué Latinoamérica ha elegido personajes impresentables, entre estos Petro. 

En Colombia, la preocupante fragilidad de nuestra democracia tiene profunda raíces en el fracaso de Fecode y de nuestro sistema educativo.