Colombia: un sainete constitucional, jurídico y legal

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Escrito por:

José Noriega

José Noriega

Columna: Opinión

e-mail: jmartinnoriega@hotmail.com



 “Cuando los gobernantes pierden la vergüenza, los gobernados le pierden el respeto” (Refrán popular)

Colombia, haciendo honor a su origen y tradición santanderista, en donde hay norma para cuanta tontería se le ocurra a cada uno de los legisladores y avezados padres de la patria que tienen sumido al país en el caos más profundo y vergonzoso del cual se tenga noticias, se jacta, -y así lo pregonan los áulicos y cotorras de turno-, es un Estado social de derecho, con tintes democráticos, estilo y democracia participativa, espíritu y vocación pluralista, vociferante del respeto a la dignidad humana y un apabullante y mentiroso respeto por los derechos fundamentales, lo mismo que todos aquellos inherentes a los sociales, políticos, económicos, culturales, medio ambientales y de familia, todos ellos de máxima generación, pero ninguno de los cuales se respeta y cada día que pasa terminan convirtiéndose en una colcha de retazos y pisoteados a tutiplén. 

Siguiendo con ese periplo primermundista del cual nos jactamos de ser parte, se tiene un sistema jurídico garantista e igualitario, siempre propendiendo por el respeto a la libertad, la equidad, el bien común, la justicia, el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, y gritamos a los cuatro vientos que somos la más antigua, duradera y sólida democracia de Latinoamérica, no importa que en la práctica y cruda realidad sigamos siendo una Bananas Republiqueta que rememora los aciagos episodios y aquellos tiempos en donde unos pocos siguen vapuleando y exprimiendo a unos muchos, sentando su opresor poder y haciendo gala de imponer su voluntad y caprichos estúpidos, sin importar que deban disfrazarlos de cambios sociales que permitan sacar al inmenso pueblo de esas oscuras latitudes de la ignominia social.

Institucionalmente, Colombia se precia de tener un sistema administrativo perfecto, -digamos, cuasi perfecto-, habida cuenta que siempre creemos o aparentamos estar en búsqueda de la perfección, en donde se cometa la menor cantidad de errores estatales, y siempre terminamos en las farragosas orillas de la ingobernabilidad y la injusticia, y cada cierto tiempo damos la vuelta a la manzana y remplazamos al sátrapa de turno, el mismo que, creyéndose el ungido mesías, intenta imponer unas teorías absurdas, ridículas y contrarias a las descomunales necesidades populares, pero ellos en su mentalidad liliputiense estiman que llevándole la contraria a la lógica imperante en la realidad global, saldremos adelante y a flote de la fosa social en la cual naufragamos, aunque tamaña insensatez solamente cabe en la cabeza de esos retrógrados e intelectuales que patinan y se revuelcan en sus propias excretas, dándoselas de estadistas, cuando no pasan de ser unos eunucos mentales.

En medio de esta hecatombe estatal, gubernamental y administrativa, el país está convertido en una torre de babel, en donde cada quien habla su propio idioma para gobernar o, lo que es peor, para hacerle creer a los súbditos que ellos piensan en aquellos, mientras atesoran riquezas y repletan sus alforjas, así sea depredando las ilusiones de un pueblo que, aun vertido en promesas incumplidas y engaños monumentales, y una sociedad que está hastiada de tanta podredumbre en cada uno de los últimos gobiernos en los cuales el pueblo cifra sus ilusiones y termina arrumado en una inmensa decepción, sobre todo cuando en el firmamento político y en medio de tanto líder de pacotilla no hay sangre para hacer una morcilla, razón por la cual, y como en la época imperial de Roma, pan y circo seguirán siendo los elementos de supervivencia, en donde en una risible administración tripartita y con separación de poderes, nadie respeta a nadie, cada quien hace lo que le viene en gana y el sainete constitucional continúa, recordando y anhelando con nostalgia a Montesquieu y su tridivisión de poderes.