Ernesto Sábato, más allá de las letras

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Escrito por:

Eduardo Verano de la Rosa

Eduardo Verano de la Rosa

Columna: Opinión

e-mail: veranodelarosa@hotmail.com



Ernesto Sábato es reconocido como literato, no obstante, su obra no puede reducirse a la de un gran novelista, que de hecho lo fue. Su legado es la manifestación artística de un humanista y su vida constituye un modelo de hombre íntegro.

Ser humanista es tener como meta el perfeccionamiento del hombre y la defensa de su vida buena.

Su crítica al desgarramiento y cosificación del hombre de la modernidad se reflejó en escritos como “España en los diarios de mi vejez” en el que dijo: “Cuando el hombre era una integridad y no este ser patéticamente escindido que nos proporciona la mentalidad moderna, la poesía y el pensamiento constituían una sola manifestación del espíritu”, allí también criticó a Descartes al anotar que: “el proyecto de Descartes de una lengua matemática es un disparate”, en cambio, defendió a Giambattista Vico y el poder de la fantasía como expresión del arte.

En su condición de humanista, le daba gran importancia a la educación como proceso continuo en libertad y con espíritu investigador en el medio docente. Su visión de la educación era contraria al autoritarismo del maestro que creía saber todas las respuestas e imponía sus puntos de vista a estudiantes sumisos que no podían cuestionar los conocimientos.

Defendía la necesidad de buenos maestros al sostener que el docente, por excelencia, era Sócrates y los sofistas en la antigüedad griega que enseñaban conversando y era un admirador del maestro Simón Rodríguez, por ello, dijo: “Así es: la clave de una buena enseñanza no son los famosos programas, que se convierte en letra vacía, si no hay un buen maestro que los desarrolle”.

Tan humanista fue que su interés por la política constituyó un motor para defender causas de la humanidad. Su oposición a las dictaduras de cualquier clase es admirable. Sus ideas liberales y socialistas le impedían postrarse a sus pies.

Ante una pregunta respondió: “Si. Ya sabe usted lo que pienso. Ni el terror de las dictaduras de derecha ni el terror de las dictaduras de izquierda. Violencia, sí cuando es indispensable como ocurrió con la revolución que echó abajo a Somoza, pero jamás violación de los derechos humanos”.

Veía la paz como el reino de la justicia y el pan nuestro de cada día. No puede haber paz con hambre, por tanto, anotó: “Mientras haya millones de hambrientos en nuestra América Latina no habrá paz. Detesto las dictaduras de todo signo y por eso propugno la lucha democrática por la instauración de la justicia”.

Su inclaudicable defensa a la democracia como el gobierno de las reglas de juego y su rechazo a regímenes totalitarios fue una línea gruesa de su conducta. La democracia tiene que crear un orden justo, material y espiritual.

Durante una entrevista en 1955 le preguntaron: ¿Qué formula daría usted para el futuro del país? Respondió: “Libertad, justicia social y federalismo. Sin libertad no vale la pena vivir, todo se corrompe y degrada, y los seres humanos se convierten en abominables esclavos. Sin justicia social no hay futuro posible en el mundo y el que no vea esto es porque no entiende nada de lo que pasa. El federalismo asegura la única forma de convivencia en este inmenso país y es la mejor fórmula contra toda posibilidad de dictadura”.