UBI Societas IBI IUS

Columnas de Opinión
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Máxima jurídica de estirpe latina para sustentar que, donde hay sociedad, existe el Derecho. Opinan notables  ius publicistas que el brocardo debe invertirse: ubi  ius ibi societas, que traduce: donde  hay Derecho hay sociedad.

Cualquiera que sea la fórmula aforística que se acoja nos lleva a un aserto  inequívoco: el nexo existente entre sociedad humana y Derecho, pues  ambas incluyen esos elementos. Sin esa concurrencia periclitaría el enunciado doctrinal edificado sobre las nociones de sociedad conformada por comunidades, esto es, por grupos de personas naturales unidas por vínculos familiares, costumbres, intereses y creencias afines para lograr convivencia en concordia, bienestar y progreso, por un lado, y por el otro lado el afianzamiento del derecho positivo.

Entre sociedad-derecho se da un maridaje inescindible. La razón es obvia: la sociedad crea el derecho que debe regir la conducta de sus asociados que son seres dotados de alma y materia, y a pesar de que poseen esa binaria dotación: inteligencia y voluntad,  no siempre siguen los dictados de la razón natural e incurren en conductas reprochables: delitos y contravenciones que alteran la tranquilidad, causan ofensa individual o colectiva, con inevitable efecto político dañino.  En esa fenomenología tiene su origen la necesidad de la existencia del derecho positivo entendido como el conjunto de normas dictadas por quienes están facultados para expedirlas, con el fin de mantener el orden social fundado en la justicia. Derecho que se expresa a través de la ley: “Ordenación racional dada y promulgada para bien de la comunidad por el que tiene a su cargo el cuidado de esta”. (Santo Tomás de Aquino).

De la irrefragable tendencia humana hacia el comportamiento díscolo, surge la estructura jurídica llamada derecho como dique normativo que prevenga la comisión de actos delictivos y juzgue y sancione a los sujetos incursos en hechos punibles. La necesidad del derecho genera consenso en el pensamiento universal. Ínclitos ius filósofos apoyados en la historia de la humanidad dejaron escrito que en épocas pretéritas varias civilizaciones pudieron vivir –en precariedad de condiciones, desde luego, pero vivieron- sin recursos científicos: médicos, odontológicos y otros de distinta índole. Empero, en todas ellas había autoridades y reglas escritas o consuetudinarias que procuraban mantener la disciplina y el orden entre los pobladores. Es axiomático: En ausencia del derecho se entroniza el caos.

 La vacancia de la ley civil  la aprovecha el más fuerte para aplicar la ley de la selva y rugir: quia nominor leo, porque me llamo león, liebre, cebra, te engullo. Sentencia  inapelable. De ejecutoria inmediata. El derecho es armonía, libertad, civilidad, seguridad, paz; porque es “arte de lo bueno y de lo justo”.  (Celso). Ese manantial genitor de bondad y de justicia, esa súper estructura intelectual con su meta lenguaje de preceptos tutores del comportamiento humano en el planeta tierra hay que conservarlo  como valor inexpugnable en el cuerpo social.

Es palmaria la crisis   que carcome a la institucionalidad colombiana. El andamiaje construido durante doscientos años para que el Estado pueda cumplir sus fines se  desvencija a velocidad inusitada. Añicos saltan cotidianamente pedazos de las otrora firmes instituciones Patrias. Se perciben dolamas por todos los puntos cardinales: insuficiencia  en la cobertura de los servicios básicos de agua, alcantarillado, energía eléctrica, gas; la infraestructura de vías primarias y de puentes está rezagada; la red terciaria es calvario y ruina de los campesinos colombianos. El sistema  pensional soporta  déficit varias veces billonario. El régimen de la salud va de tumbo en tumbo.

La educación pública recibe mayores aportes fiscales y los resultados de las evaluaciones permanecen en constante mediocridad. La corrupción galopa. La inseguridad azota. El prestigio de las  ramas del poder público desciende en caída libre. Y, lo peor, la caja de Pandora, el desbarajuste de la justicia: cartel de la toga: altas cortes contaminadas; magistrados y jueces indignos de esas investiduras;  fiscales venales, funcionarios que, con sus conductas execrables ofenden a los juristas eruditos, probos y diligentes que honran la toga y el birrete. Si no rescatamos la vigencia del derecho,  con gobernantes, legisladores y jueces integérrimos, jamás  habrá normalidad social cimentada en la justicia, sino anarquía, voraz flagelo de los pueblos, que preocupó al Libertador Bolívar en sus días postreros.