Una cachucha para las elecciones

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Me contaba Diógenes Rosero, residenciado desde hace siete años en Canadá, que en su última visita a Barranquilla un vigilante de una entidad educativa le había robado la cachucha que su yerno le regaló un poco antes de embarcarse en la aventura de recuperar su pensión en Colombia. “Una cachucha -me decía algo indignado todavía- con un tremendo valor sentimental para mí y sudada por un negro (…) esto se puteó, aquí todo el mundo roba, hasta los pobres, como si no fuera suficiente con los políticos, los únicos con licencia para hacerlo…” 

Es la imagen imperturbable en la memoria de Diógenes, qué le vamos a hacer. Y en la memoria de muchas personas, muchísimas, que ven en la figura del político al usurpador de sus bienes, de su bienestar y de sus intereses. Antes se les idealizaba, eran “padres de la patria”, por su verbo y su retórica nada más. Era cuando las campañas se hacían en la plaza pública y la clase política lideraba proyectos “alternativos”, algunos con visos de “oposición”. Hasta cierto punto se les creía por sus realizaciones -aunque escasas- y esa apariencia honesta y comprometida con la causa de los pobres con la que retocaban sus rostros. Al menos prometían, haciendo alarde de una desbordada demagogia.

Ninguna intención o esfuerzo para transformar la perturbada imagen de quienes pregonan su capacidad de servicio. Ni siquiera una idea que los visibilice y los diferencie que no sea el trajinado logo del partido que los avala y un número en el tarjetón. Es la ley que ordena el sistema electoral y lo reglamenta, para facilitar la lectura y memorización a los iletrados y analfabetas que ellos mismos conducen con dadivas a las urnas. Ser breves es la consigna. Entre menos explicaciones,  reuniones y discursos, mejor. De esta manera, la atención y el gasto solo estarán concentrados en el día “D”, cuando se mide la verdadera capacidad individual para movilizar electores a cualquier precio.

Los mensajes o eslogan de campaña lo dicen todo, porque a la larga no dicen nada y, menos mal, nadie los recuerda. Son simples, absurdos, aburridos y arrogantes, no trasmiten ideas ni propuestas, son disfraces de Carnaval muy mal puestos y mal representados, como estos: “siempre sirviendo”, que no hay necesidad de decirlo a menos que se trate de  una canonización. O qué tal “garantía de gestión”, por pedalear, sin suponerlo, la mejor tajada y una mayor porción de mermelada. O dónde estos: “el cambio somos todos”, “contigo sí” o “magdalena una empresa de todos”, metiendo al elector en sus sacos rotos, ahora sí y de cuyos repartos no les quedan ni las migajas. Y este último por hoy “el Magdalena firme con…”, dando como un hecho la entrega y el volcamiento del territorio a sus pies con tan “sentida y conmovedora” exclamación.

Imposible renunciar a que no tengan más nada que decir y hacer para ganar una curul en el Senado o la Cámara. Es urgente demandarles que nos cuenten al menos si conocen las funciones constitucionales que les corresponde cumplir a senadores y representantes, si estudiaron las tesis y programas de los partidos que los avalaron y si pensaron en una iniciativa legislativa, una, que ayude a Colombia, a la Región Caribe, al Departamento del Magdalena o al Distrito de Santa Marta a sobrevivir, a despegar o a consolidarse como una Nación de “cuatro dedos de frente”. Revivamos las tertulias, tal vez no existen espacios, para oír lo que nos tienen guardado y los escuetos carteles no les permite expresarlo.