Peligro inminente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Ciertas manifestaciones recientes en el mundo no parecen casos aislados. Hace un mes, en la marcha convocada por el uribismo, sin que los organizadores o marchantes rechazaran su presencia, un grupo de neonazis armados participó en primera plana. En los Estados Unidos, la nominación republicana caerá indefectiblemente en el ultramontano y peligroso extremista Donald Trump, en medio de la euforia de cerriles, ignorantes y xenófobos partidarios suyos.

El KKK y los neonazis estadounidenses le apoyan en su ofensiva contra todo lo que, distinto a ellos, se mueva en territorio estadounidense, sin que la gente civilizada se pellizque por esto. Este año, durante la celebración del día del trabajo en Suecia, una valerosa mujer colombiana, María Teresa Tess Asplund, hija adoptiva del país nórdico, se enfrentó a una marcha de neonazis, de gélida mirada, uniformados y bien aconductados; la imagen que le dio la vuelta al mundo muestra a una frágil y solitaria mujer negra desafiando a más de trescientos sujetos blancos, de aspecto zombi y clonados, como en The Matrix. Inspirada en Nelson Mandela, María Teresa es una activista contra el racismo y la xenofobia, pan de cada día en todo el “primer mundo”.

Para entender ese fenómeno, hay que remontarse aguas arriba en los ríos de la historia. En los años 20, silgo XX, Europa estaba sumida en la peor crisis económica y social. Aparece un oscuro personaje, cantando música para el oído de los alemanes: Hitler. Aupado en el poder por cuenta del odio y la intolerancia, y apalancado en un formidable pero tenebroso aparato de propaganda, culpó a los judíos de la crisis económica germana, perverso argumento para adelantar el espantoso holocausto (que, entre otras cosas, con formas diferentes, el estado de Israel aplica hoy a los palestinos a modo de revancha histórico). El Führer, además, buscaba venganza de los aliados que, a causa del Tratado de Versalles, dejaron a Alemania invadida, dividida, limitada militarmente y humillada en su orgullo; tras el ascenso de los nazis, la violación al acuerdo fue inmediata: el ejército alemán creció desmesurada, rápida y eficazmente; la fabricación de armas, tanques, aviones, barcos y edificaciones militares se hizo imparable. Luego, la anexión política de Austria (Anschluss), prohibida específicamente en el Tratado de Versalles, y la invasión a Polonia, dieron inicio a la confrontación orbital.

Terminada la Segunda Guerra, el nazismo fue prohibido en Alemania, decisión reafirmada por la Corte Suprema alemana en 2006. No obstante, la fisura por la cual se cuela la aberrante ideología hitleriana es el neonazismo, hija de ese letal fanatismo. La violencia que ejercen esos extremistas contra diferentes etnias, extranjeros, punks, homosexuales y todo a quien consideren “inferior”, es sustancialmente la misma que los nazis ejercían contra judíos, gitanos, negros, limitados físicos, etc., y a la que practican en muchas partes contra “comunistas” (todo quien piense distinto a ellos): ¡la culpa es de la vaca!. Basta mirar las redes sociales. El peligro de semejantes manifestaciones, palurdas, primarias, cobardes, intolerantes, cargadas de odio y potencialmente letales, es que, como Hitler y sus secuaces, quebrantan de modo violento los derechos fundamentales de todo ciudadano diferente a ellos. Esgrimiendo peligrosos lemas y repetitivas letanías de pergeñadas mentiras que, repetidas convierten en “verdades”, culpan a los inmigrantes de las desgracias económicas y los problemas sociales de sus países. Creen que ellos, “raza superior”, son elegidos y los demás deben desaparecer o convertirse en sus súbditos o esclavos. Jamás asumen las responsabilidades que les corresponden, particularmente la violencia en todas sus formas.

Una victoria de Trump en medio de una oleada xenofóbica en Europa, la eventual salida del Reino Unido de la Zona Europea y la permisividad de muchos gobiernos con estos peligrosos neonazis generaría imprevisibles consecuencias: como en el caso de Hitler, las alarmas tempranas no hicieron efecto y tuvo que ocurrir la Segunda Guerra con sus 60 millones de muertos –la población de un país mediano- y la desolación de varios países para frenar la locura colectiva en la que cayó Alemania por cuenta del perverso y alucinado canciller. Al peligro de una segunda oleada nazi, el símbolo de oposición es la colombiana María Teresa Tess Asplund. Corresponde acompañarla masiva y decididamente en su lucha, exigiendo a los estados civilizados cerrarles el paso los herederos del Tercer Reich, sobre todo a nuestros “morenazis”.

 

Por: Hernando Pacific Gnecco