Como que nos tumbaron

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La Carabina de Ambrosio era un programa mejicano de humor, en el cual un avivato llamado Kin Kin, de la playa Las Palmas (nombre originado no en las palmeras sino en palmas de manos platilleras), se complacía en timar a los cándidos turistas que llegaban a sus dominios. En Sábados Felices, un embaucador de apellido Echeverry siempre tumbaba mediante engaños y artimañas a otro personaje llamado Tontoniel quien, luego de caer en cuenta de la estafa, pronunciaba la frase: "Echeverry, como que nos tumbaron".
El engaño nace con la humanidad, ha estado presente en toda la historia y nunca desaparecerá: "el vivo vive del bobo, y el bobo de papá y mamá", reza el refranero. Víctor Lustig vendió "máquinas de hacer dinero", falsificó bonos que luego entregó a los bancos a cambio de plata, y "vendió" la Torre Eiffel a unos empresarios incautos, tal como lo hizo George Parker, quien transó varias veces la Estatua de la Libertad, el Puente de Brooklyn y el Museo Metropolitano de Arte. Philip Arnold y John Slack estafaron al barón Rothschild y Charles Tiffany con diamantes falsos; Carlo Ponzi se inventó las pirámides, después copiadas en mayúsculas proporciones numerosas veces, todo el tiempo y en todas partes; su máxima expresión la tiene Bernard Madoff, con USD 500 millones captados ilegalmente. Gregor McGregor inventó un país centroamericano, Poyais, que le permitió en el siglo XIX recaudar millones de libras esterlinas con su isla ficticia. De película, literalmente ("Atrápame si puedes") fue Frank Abagnale; suplantó ocho identidades y se hizo a USD 2,5 millones cambiando cheques falsos. Mujeres tramposas también han hecho de las suyas; casos famosos fueron los de Cassie Chadwick (Elizabeth Bigley) y Mary Baker. Bueno, otros más, claro está.
Colombia tiene su propio catálogo de embaucadores famosos, además de los desconocidos que pululan a diario por doquier: Carlos Alberto Sánchez Rojas, el "conejo millonario"; como no, David Murcia Guzmán, DMG; Juan Carlos Guzmán Betancur, cuyas aventuras están compiladas en el libro "Alias", de Andrés Pachón, y otros más que han llenado las páginas de los diarios y de vergüenza a sus víctimas. Actualmente se debate en los estrados judiciales el caso de Interbolsa y los Fondos Premium: el cuello blanco también se reporta. Se conoce de muchos otros casos.
En la actualidad, el simpático culebrero de las plazas de mercado y las ferias de pueblo ("Curo, alivio, receto y sano. Soy brujo, curandero y cirujano") ha sido reemplazado por los modernos fulleros de televisión e internet. Se ofrecen milagrosos productos capaces de impensables milagros para males comunes que la ciencia no ha sido capaz de resolver; una suerte de darwinismo comercial donde muchas veces sobrevive no el mejor sino el más avispado. Hoy encuentra usted un surtido repertorio de curas milagrosas para la obesidad, el envejecimiento y la calvicie; le devuelven al ser querido en tres días, se le alisa el pelo crespo y se encrespa el cabello liso, se levantan caídos, los huesos porosos se llenan de calcio por arte de magia y 15 días de ejercicio con asombrosos aparatos le marcan la chocolatina abdominal al más obeso. Omega 3, noni, maca peruana, técnicas milenarias, dispositivos dignos de James Bond y cuanto menjunje raro o pócima magistral sirven para sacar el colesterol, prologar la vida, correr maratones, quitar ronquidos, tener oído biónico y visión nocturna. Ni hablar de los adivinos noctámbulos y numerólogos que te prometen el baloto, y telebrujos que hacen regresar al ser querido en tres días. Claro que ellos no se han ganado ni un seco de lotería; no le pegan ni a la última cifra.
A veces me pregunto si las autoridades de comunicaciones no ven la televisión, escuchan la radio o entran a internet; supongo que no están del lado de los farsantes. Desde luego, la mayoría de anunciantes son empresas serias cuyos productos tienen probada calidad y eficacia. Otros, definitivamente, son tramoyeros con añagazas de imposible demostración. No conozco cuales son los controles para evitar las emboscadas publicitarias; mucho menos, entiendo como mucha gente que cae redonda en la engañifa propagandística. Tampoco sé cuánto dinero mueven los timadores profesionales ni cuanto les deja a los medios que se prestan para esa vagabundería; seguramente las cantidades son ingentes y nada despreciables.

El mundo está lleno de Kin Kin y de "Echeverrys" sacando el dinero de los bolsillos de los Tontonieles, de cargos de autoridad ocupados en algunos casos por ignorantes o indolentes, y el imperio de la ley dedica sus esfuerzos a otros menesteres menos a evitar tumbes a desprevenidos ciudadanos.
Mientras tanto, al consumidor corresponde informarse de fuentes confiables y no de páginas de internet tan poco confiables como esos productos cuyo único beneficio real (si es que el nombre corresponde) es llenar las alforjas de los bandoleros que los promueven.