Santa Marta, tacita de plata

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Cuando la casa está por caerse y con rajaduras en las paredes como consecuencia de un serio problema en los cimientos, no ayuda para nada que se pinten las ventanas. 

El anuncio de Caicedo de que va a construir un cable para llegar al Morro, es una pintadita de ventana. 

Si yo fuera Caicedo, hubiera querido que el primer anuncio de mi gobierno conocido en los medios, hubiera sido algo de gran impacto y conducente a solucionar los grandes problemas de Santa Marta.

Los primeros actos de los gobiernos generalmente son un buen indicativo de la dinámica que este tendrá hasta su final. Además, tienen un impacto importante en la sicológica de los gobernados.

Así lo entendió Franklin Delano Roosevelt, quien en sus primeros cien días de gobierno puso en marcha una ambiciosa y visionaria agenda que transformó la sociedad estadounidense.

Mi consejo para Caicedo es que estos primeros meses de su gobierno se dedique a lo estructural, ya que lo cosmético distrae y quita impulso.

Este no es el momento de pensar en cables ni teleféricos sino en los temas fundamentales que desvelan a los samarios.

Dudo que le falten ideas, pero por si acaso, le comparto algunos temas que creo que son fundamentales para transformar a Santa Marta.

Santa Marta debe ser una ciudad segura por excelencia. Santa Marta debe ser un ejemplo de cultura ciudadana, lo que implica cordialidad, respeto por las normas, no arrojo de basuras y todas las conductas asociadas con una sana convivencia ciudadana, o sea, ciudad culta y limpia.

No podemos seguir vertiendo las aguas negras en nuestros mares. Una ciudad que quiere ser turística tiene que tratar sus aguas negras y reciclarlas.

Esto de la mano con una solución permanente para el reboso de las aguas negras.

Esto es urgente.

Santa Marta debe ser una ciudad bonita, y es imperativo que nuestras calles no tengan huecos y estén en excelente estado, que nuestra ciudad esté muy bien señalizada, que tenga parques y zonas verdes, y que todas las casas de la ciudad guarden unos estándares mínimos de estética.

Un rotundo no a los lotes baldíos que afean la ciudad.

En el frente de la educación, le planteo la iniciativa Santa Marta competitiva.

No es un tema de tener buenas instalaciones, aunque hacen falta, sino tener una educación relevante sintonizada con las demandas del mundo globalizado y con la vocación de la ciudad, que para mí es doble: industrial y turística. Este reto implica tener docentes de calidad.

Le planteo el reto de atraer inversión directa para industrializar a Santa Marta. Claro está que para que esto suceda, primero tenemos volvernos atractivos solucionando los problemas de infraestructura, talento humano, costo de energía, el mejor puerto de Colombia y el Caribe, entre otros. Supuestamente tenemos un ministro de desarrollo amigo de la ciudad, pues apóyese en él.

Salud para todos los samarios. Que en Santa Marta no vuelva a darse un paseo de la muerte, y que se proporcione servicios de salud a todos los samarios. La vida ante todo.

Recuperación definitiva del espacio público con generosidad de corazón, dándoles alternativas viables de empleo o autoempleo a los que hoy ocupan ese espacio.

Otro tanto va para el mototaxismo, que es una práctica peligrosa, que no solo genera caos y desorden sino que coloca en peligro la vida de quienes lo utilizan.

Empleo. El cual se generaría con la industrialización de la ciudad y con todas las obras que habría que hacer para implementar todo lo aquí planteado. Eso sí, hay que darle preferencia a los samarios porque no puede suceder que se crea más en el talento de afuera que en talento samario, como se dice que hacen algunas empresas samarias.

Solo si no es posible encontrar ese talento entre los samarios, se debe contratar gente de otros lados.

Creo que alguna vez le escuché a mi papá o a alguien de su generación, decir que a Santa Marta la llamaban la tacita de plata porque era una ciudad impecable y un excelente vividero.

Si yo fuera Caicedo, articularía una visión con soluciones de gran calado, y las empaquetaría bajo un lema que tenga arraigo en nuestra herencia y costumbres.