Palabras y frases manipuladas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



No siempre podemos señalar con exactitud quién es el autor de una frase famosa. Si el concepto expresado conviene a nuestro propósito, lo citamos y, con la ética por delante, mencionamos al padre del pensamiento en referencia. Pero ocurre que podemos equivocarnos, como sucede con el trajinado texto que dice: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no era comunista, así que no protesté. Después vinieron por los socialistas […]. Después vinieron por los judíos, pero yo no era judío, así que no protesté. Y cuando vinieron por mí, ya no había nadie que pudiera protestar por mí”. Se atribuye este pensamiento a Bertholt Brecht, pero en realidad es del alemán Martin Niemöller, pastor luterano.

     Algo parecido pasa con la siguiente máxima: “Calumniad, calumniad, que al final algo queda”. Entre los colombianos este perverso consejo se atribuye al expresidente Laureano Gómez. Pues el autor es el escritor francés Augustin de Beaumarchais (1732-1799), quien la utilizó por primera vez en su comedia ‘El barbero de Sevilla’. Pero veamos para qué más se presta la palabra como instrumento de comunicación.

     En nuestro país, cada caso de corrupción da origen a una serie de expresiones que terminan haciendo carrera; algunas de ellas hasta sirven de títulos a obras en las cuales se hace apología de personajes cuestionados; es decir, apología de los delincuentes. Y la lengua castellana, tan elogiada como vehículo insustituible de cultura, se presta para que con ella se difundan argumentos que riñen con la ética y la moral. Libros hay con títulos punzantes que no logran borrar la imagen negativa de sus autores. Algunos ejemplos: ‘Aquí estoy y aquí me quedo’, de Ernesto Samper; ‘Memorias olvidadas’, de Andrés Pastrana; ‘No hay causa perdida’ de Álvaro Uribe Vélez.

     Nuestro idioma cuenta en su acervo lingüístico con un buen número de expresiones que, utilizadas hábilmente por los delincuentes de turno, les sirven de mampara, trinchera o parapeto para seguir muy campantes en sus andanzas. Son, al fin y al cabo, salvavidas que les permiten seguir burlándose de los ingenuos que creen en sus palabras engoladas. Por eso es frecuente escuchar de labios de un implicado en esos casos, afirmaciones como “Mi vida es un libro abierto”, como si un libro abierto no pudiese contener sino pruebas de honradez, rectitud y otras virtudes igualmente deseables. Quien afirma que su vida es un libro abierto tiene la esperanza de que no se escudriñe su presente y mucho menos su pasado.

     Otra expresión que taladra nuestros oídos y fastidia por su reiteración y falta de originalidad es “He actuado con transparencia”; pero apenas se inicia una investigación —que no necesariamente tiene que ser ‘exhaustiva’—se vuelve turbia la pretendida transparencia. En esas aguas revueltas se mueve también la justicia colombiana (revísense los frecuentes yerros malintencionados de la Fiscalía y de la Procuraduría, por ejemplo). Entonces, no hay a quién acudir, porque “si la sal se corrompe…”.

     Hay otros recursos idiomáticos que sirven a los intereses de los funcionarios que se ven envueltos en actos punibles. Según ellos, el énfasis con que afirman: “Yo mismo solicité esta investigación”, debe ser razón suficiente para que se los exonere de culpa, en cualquier caso. “Se trata de un montaje”, es otra de las frases a las que acuden muchos delincuentes. Y cuando se les pregunta por alguien con quien han tenido algún tipo de relación, afirman sin ambages: “A ese señor no lo conozco”, aunque haya evidencias (fotografías y videos, generalmente) que prueben lo contrario.

     Todavía circula por ahí un video que dura más de veinte minutos. No es montaje. En él aparecen los gobernantes Ávaro Uribe Vélez y Hugo Chaves Frías departiendo en una parranda vallenata; hay décimas improvisadas por niños colombianos a quienes Chaves abraza sin cesar. Uribe, como en la obra de Hemingway, “era una fiesta”. Lo curioso es que después de cuatro lustros el expresidente continúa llamando “castrochavista” a cualquier rival político que avizore la posibilidad de normalizar las relaciones con el vecino país. Definitivamente, “el lenguaje no tiene la culpa”, como titulamos una de nuestras Acotaciones hace varios años.