Nadie sabe para quien trabaja

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Cuando finalice la revolución libia, muy pronto al parecer, Mustafa Abdel Jalil estará ocupando los palacios del depuesto sátrapa Muamar el Gadafi.

Las cosas, obviamente, serán diferentes, pero las más importantes seguirán igual. Al menos igual que en otras naciones que no se liberaron para salir de un patronato, oculto o visible, sino para cambiarlo.

Baste saber que Jalil debe favores a quienes le patrocinaron su revuelta, que ha de pagar una vez esté instalado en Trípoli, pues desde hace mucho las revoluciones no se hacen solas ni las guerras se libran sin ayuda externa, y menos aún, exentas de intereses claros.

De Libia conocemos muy poco, la verdad sea dicha. No se dice, por ejemplo, que es un país rico: sólo sabemos que tiene petróleo en cantidades que llevan a las grandes potencias a poner sus ojos en él.

Tampoco, que su economía se relaciona fuertemente con Europa, y que pasó de tener una población nómada a una más urbana y educada; menos aún, que sus indicadores sociales lo sitúan con un desarrollo social por encima de muchísimos países africanos, con un PIB per cápita similar a países en vía de desarrollo. Sólo nos contaban que un líder desquiciado, asentado en el trono de la tiranía, era un terrorista que fomentaba revoluciones por todo el orbe para llevar su socialista Yamahiriya ("estado de masas") a los países "democráticos y libres".

El sustituido coronel golpista impulsó execrables acciones terroristas como los atentados en los aeropuertos de Viena y Roma, el de Lockerbie y, el más conocido: el del vuelo UTA 772 que asesinó a 170 ocupantes del DC10 con destino a París, amén de intervenciones militares en otros países. En respuesta, Ronald Reagan ordenó bombardeos con poderosos misiles a Trípoli y Bengasi. El país, cercano ideológica y económicamente a la Unión Soviética, se vio aislado de la "comunidad internacional".

Mientras Gadafi nacionalizaba el petróleo y mejoraba las condiciones de vida de su país, por otro lado fomentaba revoluciones izquierdistas (se afirma que el M 19 estuvo en Libia y que su líder Jaime Bateman hizo amistad con el dictador libio) y se apoderaba del control de las riquezas: nada extraño en quien cree que él es el poder y los demás, obedientes súbditos que todo lo admiten y celebran.

Al mismo tiempo, era objeto de fuertes ataques por parte de los Estados Unidos por su postura antiimperialista. Más tarde, por conveniencias políticas, se manifestó en contra del terrorismo y dijo abandonarlo; en especial, moderó significativamente su recalcitrante antisemitismo por clara necesidad militar, al tiempo que aseguraba a su descendencia en el trono libio.

Ahora que ha sido depuesto el clan Gadafi, Jalil no actuará solo. El cuento de gente del común descontenta que fomenta una revuelta mediante redes sociales es una fábula a la que le falta contar quienes actuaron como motores de ella, algo que también se sabrá en poco tiempo; hay pistas conducentes a saberlo: el petróleo y la reconstrucción.

En cabeza de la Otán están los Estados Unidos, principal patrocinador de intervenciones para "impulsar la libertad y la democracia" en países con riquezas llamativas; Francia y el Reino Unido, en el comité de aplausos de la alianza militar; Rusia y China, aliados de Gadafi, ahora se desmarcan: Italia, principal socio comercial del tirano, ahora busca recomponer sus posiciones.

Todos ellos reunidos en la conferencia "Amigos de Libia" en París quieren participar del ponqué petrolero libio hasta donde más puedan. Comienza ahora una guerra diplomática, económica y militar (que no bélica todavía) por el control minero del país magrebí. Además de ello, Libia requiere alimento, especialmente trigo, y proveerlo resulta lucrativo; y, claro, la transferencia de conocimiento, tecnología y la propensión por el desarrollo, las inversiones en infraestructura y otros asuntos de enorme interés para las grandes potencias, hacen de Libia un manjar económico del cual todos ahora quieren participar.

Lo malo de todo eso es la muerte y desolación que dejó a su paso la ambición de quienes entraron a sombrerazos para sacar a otro que estaba atornillado a un trono; todos esos actores, en nombre de causas sociales aceptadas y válidas, como "el poder para el pueblo" por un lado y "la libertad y la democracia" por el otro; pero nada de eso es verdad: el amor al dinero por parte del Nuevo Orden Mundial impulsa intervenciones por toda la geografía mundial sin que importe mucho el destino de la gente en donde esas potencias se asientan.

Como exordio, sabemos que el Leandro de la obra es Jalil y que la bella Silvia es el petróleo; nos queda por conocer quienes son el Polichinela, doña Sirena, el Arlequín, el capitán, el doctor y demás personajes de "Los intereses creados", la monumental obra de Jacinto de Benavente. Porque las principales sospechas apuntan a que el pícaro Crispín es el mismo de siempre.