El huevo o la gallina

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Todos los años, por esta época, los realizadores cinematográficos de Hollywood atacan con su arsenal de propuestas la opaca existencia de los espectadores de sus películas.
Esa opacidad no es patrimonio de los que no tienen días, por decirlo así, “interesantes”: al contrario, me temo que tal es una condición que comparten los pobladores de este planeta, si no de manera permanente, al menos durante algunos períodos, más allá de que haya quienes no lo puedan aceptar. Por eso, lo ficto tiene el poder de venir a dar lustre a lo que naturalmente no lo tiene, o que quizás lo ha perdido, la rutina. Y la ficción fílmica, automática como es, da en ofrecer dicho brillo tan rápida y efectivamente que termina ganándose la predilección de aquellos a los que ni siquiera se les habría ocurrido acceder a la misma historia a través de un libro, sin importar que esté mejor contada en el papel, con profusión de detalles, mejores atmósfera y logro estético.

Me da la impresión de que el cine es el elemento aglutinador que, sin mayores diferenciaciones –y con respeto por las individualidades-, permite a unos y a otros disponerse a la comprensión de una noción menos equívoca de la vida. Allí, en silencio y oscuridad, cumplen una cita los prejuicios –válidos o no, ya es irrelevante- de quienes lo único común que acaso podrían tener es la afición por la evasión inducida que se concreta ante los ojos de los presentes, en la pantalla grande. Mediando excusa tan débil, entonces, las divergencias de criterio que dividen a las gentes en la realidad se hacen tolerables gracias a la posibilidad (aunque sea remota, aunque nadie hable de ella) de alcanzar cierto consenso, inaudible y sordo a la vez, entre los seres humanos, todos los seres humanos: los que ya murieron, los que viven hoy, los que están por nacer. Una genuina aspiración a la verdad a partir del fingimiento metódico: ¿por qué no sería dable encontrar la certeza acerca de algo investigándolo desde la mentira consciente?

Ah, pero ese no es cualquier algo. Se trata de lo no pronunciado, porque no se debe decir en voz alta; de lo oculto, debido a que no se puede percibir sin protección; de lo contado por partes estructuradas, ya que no conviene soltarlo a la primera si lo que se quiere es su entendimiento. En estos días de octubre, en medio de las lluvias, que es lo que podríamos llamar nuestro invierno, proliferan las opiniones relativas a que Joker, la violenta película de moda, podría resultar peligrosa en tanto que ejemplo negativo para ciertas audiencias. Es este un argumento prudente pues proviene de lugares en los que se ha demostrado que el cine ciertamente es capaz de desatar acres rebeliones de imitación contra las repeticiones de estar vivo. Sin embargo, creo que el peligro cerrado de este filme se agazapa en el riesgo de que una actuación experta, basada en un guion bien pensado, pueda revelarse como la última clave de desciframiento de la materia que se había mantenido sola en un rincón mental, sin haber sido reconocida apenas.

¿Qué pasa cuando por fin se admite un quiebre personal? Dependerá de cada caso, claro. Por lo demás, Joker ha echado luz sobre un tema olvidado: las buenas películas no hacen que los públicos se conviertan en malhechores. Las fabulaciones profundas desbaratan diques que son anteriores a la inocente imaginación de un escritor. La fina ficción desnuda verdades.