Paisajes de hipocresías

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Escrito por:

Andrés Quintero Olmos

Andrés Quintero Olmos

Columna: Pluma, sal y limón

e-mail: quinteroolmos@gmail.com



Desde su fundación, esta nación no ha podido superarse a sí misma, no ha podido ir más allá de sus conflictos ombligueros, siendo siempre el ventrílocuo de los males de la humanidad.
Desde el experimento de la Gran Colombia, pasando por la Regeneración conservadora y las secuelas de la Guerra de los Mil Días, hasta la era de la Violencia y del narcotráfico, nuestro país nunca ha podido delimitar su identidad sino en la violencia y en su consecuente búsqueda de la pacificación. Hoy, la Colombia contemporánea sigue enferma, enferma de moralidad, como en las peores épocas de Pablo Escobar, porque no sabe identificar el bien del mal. A pesar de tener pasajes esporádicos de lucidez, nunca hemos podido entender que es de la igualdad ante la ley y del imperio de esta que nace el progreso.

Culpar al Estado y a nuestros políticos de nuestros males es ser ciego, es vivir en un espejismo o en la comodidad de la punta del iceberg. “El hombre madura cuando deja de creer que la política le resuelve los problemas”, decía el pensador Nicolás Gómez Dávila, y aunque a muchos les puede parecer trivial lo anterior, esta es la piedra angular de nuestros problemas. No es que Kennedy tuviera toda la razón cuando dijo “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta que puedes hacer tú por tu país”, es que identificó que más que la acción del Estado, es la reacción de la sociedad. Nuestros males no nacen, por tanto, del diseño de nuestras instituciones, nacen de las personas que las encarnan y de la dejadez de nuestra sociedad que se refugia en la reduccionista crítica del Estado ineficiente, sin saber que este es a imagen y semejanza de su irresponsable ser.

En estos tiempos de cambios constitucionales, seguimos ante la general indiferencia de una sociedad que siempre ha estado confundida en su conciencia. Somos un territorio sin verdaderas fronteras éticas, sin juicios de valores. Aquí todo se castiga o se perdona según los tiempos o el humor ideológico. Si ayer eras un paramilitar, una parte de la sociedad te perdonaba tus crímenes por “salvarnos” de las FARC. Si hoy eres guerrillero, una parte de la sociedad te perdona porque “la paz es mejor que la guerra” y porque, como decía peligrosamente el exmagistrado de la Corte Constitucional y candidato presidencial, Carlos Gaviria, “una cosa es matar para enriquecerse y otra matar para que la gente viva mejor”. Somos brillantes, y a pesar de esto, todo cae en el abismo “del todo vale” y de querer excusar lo inexcusable porque no hay norte moral en nuestros valores republicanos.

En el principio había montañas, llanuras y ríos, pero ahora el colombiano lo pervirtió todo. Ya toda ideología se convierte en prostituta del que mejor la utiliza para aniquilar al que piensa diferente. Ayer los paramilitares controlaban el Congreso, hoy las FARC son el poder constituyente. La Unidad Nacional más pendiente de cumplirle a las Farc que a los colombianos y un Presidente que le reporta a Timochenko su reunión con Trump. La mediocridad es tal que todos se pelean por los aplausos de la “paz” o de la “seguridad democrática”, y como siempre nuestra sociedad indolente mirando nuestros paisajes de hipocresías como ven las vacas pasar los carros.

@QuinteroOlmos


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