Guardianes del pasado: Cementerios de Santa Marta

Cementerio San Miguel, visto desde arriba.

Santa Marta 498 años
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En esta publicación, desvelaremos a nuestros lectores la información que a veces parece esconderse entre los muros funerarios. Además, proporcionaremos información valiosa sobre los procesos necesarios para despedir a nuestros seres queridos con dignidad, ofreciendo orientación y apoyo por parte de quienes administran los cementerios de la ciudad. Sumérgete en la solemnidad de estos espacios, reflexiona sobre la fragilidad de la vida y descubre cómo preservar la memoria de quienes han partido. 


Santa Marta, ciudad histórica y llena de encanto, alberga en su seno un tesoro de historia, cultura y tradición que se encuentra oculto entre los muros de sus cementerios, partiendo de este hecho, EL INFORMADOR, ha realizado un recorrido por los principales camposantos de esta fascinante ciudad costera en el departamento de Magdalena. 


En esta publicación, será presentada una detallada exploración de los principales cementerios de la ciudad, revelando aquellos detalles que suelen ser de suma utilidad al momento de sepultar a un ser querido. 

Cementerio de Taganga.


Este texto se adentra en estos lugares de reposo eterno, donde las lápidas y mausoleos se convierten en testigos silenciosos de vidas pasadas y que ha sido parte integral de la vida de los samarios durante décadas. Aquí reposan hombres y mujeres que han dejado huella en cada una de sus familias y seres queridos, recordándonos que su legado perdura más allá de la vida terrenal.

A través de esta publicación, esta casa periodística se complace en ofrecer a los samarios una visión detallada y respetuosa de los cementerios de Santa Marta, con la cual se busca resolver algunas de las dudas más frecuentes, relacionada con precios y los procesos que deben seguirse para darle a un ser cercano el último adiós de manera digna. 

Cementerio San Miguel 

El cementerio San Miguel es quizás uno de los camposantos con mayor historia de Santa Marta. Está ubicado en la zona céntrica de la ciudad, calle 20 #7ª-25, y su construcción data de comienzos del siglo XIX. Este fue el lugar en el que fueron sepultadas las víctimas mortales de la epidemia de cólera de 1849 y el mismo en el cual reposan las tumbas y mausoleos de mármol que dejan ver la influencia con la que gozaban aquellas familias samarias de la época. 

Fachada del cementerio de San Miguel, en la zona céntrica de Santa Marta.


Hoy, el cementerio sigue siendo dirigido por la iglesia, su administrador, el padre Fajid Álarez Yacub, explica que se trata de un cementerio de mucha tradición, hoy utilizado en su mayoría por personas de bajos recursos, a diferencia de los tiempos de antaño, cuando se convertía en la última morada de personalidades de Santa Marta y el Magdalena. 

“Está siendo utilizado por los estratos 1, 2, 3 y escasamente 4. Está siempre abierto al servicio, a la caridad, aquí tenemos personas particulares con bóvedas propias, algunos las mantienen para el servicio de la familia, pero otros que la arriendan, con precios por el orden de los $2 millones por cuatro años”, explica el sacerdote. 

Osarios del cementerio San Miguel.


El San Miguel también presta servicio de exhumación, como es llamado el acto de desocupar la bóveda, y de inhumación, que cobija todo lo relacionado con el trabajo de recibir el cadáver, ubicarlo en la tumba y asegurar que todo se dé según los parámetros que establece el Ministerio de Salud. 

“Es rara la familia samaria que no tenga un ser querido sepultado aquí. A diario encontramos personas contando que no tienen el dinero completo para los servicios, entonces ahí debemos inventarnos y hacer cualquier cosa con tal de prestar el servicio y la caridad a la gente. Hoy subsiste gracias a su misma producción, no tenemos ayuda de empresas, de alcaldía ni del gobierno o gobernación. Lo que hacemos acá es con los recursos de la gente que paga los servicios en el cementerio San Miguel”, manifiesta. 


De acuerdo con su relato, a diario se realizan obras de caridad, principalmente, con niños prematuros hijos de mujeres venezolanas que pierden su batalla con condiciones médicas específicas. “Desde que empezó la migración esto se ha multiplicado, recibimos mujeres con bebés recién nacidos muertos, que no tienen con qué sepultarlos. La Fundación El Padre Fajid corre con el gasto de regalarles, por lo menos, el sitio para sepultarlo con dignidad y que no lo vayan a enterrar en la cola de un patio”, explica. 

En su rol de administrador, debe velar porque todo se haga bien y queden satisfechos tanto los dueños de las bóvedas, como aquellos que llegar a sepultar, además, se encarga también del aseo y la seguridad del camposanto, todo se cubre con el dinero que aportan las personas a medida que solicitan un servicio. 

Mausoleo en el cementerio San Miguel, en su mayoría son utilizados por familias tradicionales de la ciudad.


Son aproximadamente 3 mil bóvedas las que hoy completan este terreno, la mayoría particulares, para comprar una el proceso debe hacerse directamente con el dueño, quien se encargará de establecer los precios. Para que el proceso se haga de forma legal, deben presentarse documentos como un título de propiedad, que posteriormente debe llevarse a la Notaría para emitir el traspaso. 

“Un mausoleo aquí debe costar entre 8 y 10 millones de pesos, de tres cañones y un osario. Terreno para construir no, ya aquí eso no existe, pero sí tenemos los senderos abiertos, se puede caminar por todos lados porque no se ha abusado construyendo por donde no se debe, todavía hay buena circulación y el cementerio está abierto para rato, es mentira que lo van a cerrar”, establece el padre Fajid. 


Entre los temas abordados por el administrador del camposanto con EL INFORMADOR, destacó la importancia de adquirir seguridad mortuoria, pues considera que actualmente son muchas las familias que caen en este descuido.

“Gastan dinero en otras cosas y no son capaces de asegurar eso, con lo feo que es cuando un ser querido muere y usted debe salir a la carrera a solucionar el problema. Se han presentado casos, quieren sepultar aquí y tienen que buscar corriendo $2 millones, que cuesta el arriendo, para poder sepultar, pero cuando el plan funerario lo pagan a tiempo, eso corre por parte de la funeraria y es un verdadero alivio”, indica, agregando que, por lo general, estos planes cobijan a siete personas y el pago mensual está entre $24 mil y $30 mil. 

Cementerio de Taganga

La tradición regularmente indica que los cementerios son administrados por entidades religiosas, que se encargan de llevar a cabo las ceremonias de despedida para aquellos que parten del mundo terrenal, pero en Taganga la situación es diferente.

Entrada al cementerio de Taganga.

 
Al tratarse de un corregimiento con una historia propia y una cultura singular que ha crecido alrededor de la pesca, se organizaron de tal manera que el ritual de la muerte dejó de estar en manos de la iglesia para ser un tema del cual encarga únicamente la Corporación de Pescadores  Chinchorreros de Taganga, una organización que existe desde hace más de 200 años y que vela por mantener viva la identidad cultural, así como los espacios naturales que caracterizan y conforman esta población costera.

Ellos precisamente están al mando del cementerio de Taganga. Orlando Cotes, director, explica que este método ha regido en el corregimiento desde 1840, cuando fundó la entidad, la cual, asegura, es la más antigua de América. 

“Cuenta la historia que hubo un terremoto que devastó la iglesia y a raíz de esa desgracia se organizó algo que en su momento se llamó la Cofradía Nuestra Señora del Rosario, que es donde nace lo que hoy se conoce como la Asociación de Chinchorreros, se rendía el tributo y se sacaba una parte para la reconstrucción de la iglesia y la construcción de un cementerio de Taganga, porque ya teníamos la necesidad, desde ese entonces, hasta la día de hoy, la corporación ha venido administrándolo”, explicó. 

Cuando una persona muere en la comunidad, explica Cotes, lo principal es verificar si la familia tiene bóvedas, de ser así, deben tramitar un permiso de inhumación, que se puede hacer a través de la funeraria en la cual estén sus aportes o directamente acercándose a los miembros de la organización para recibir el documento, que tiene un costo de $100 mil.

Bóvedas en el cementerio de Taganga, administrado por la Corporación de Pescadores Chinchorreros.


“Nosotros no vendemos bóvedas ni osarios, nosotros cedemos para proyectos familiares, el cementerio de Taganga sigue siendo de la comunidad, lo que es de la familia es lo que está construido hacia arriba. Se ceden lotes o espacios para que cada núcleo familiar tuviese una bóveda. Los servicios fúnebres para los tagangueros no tienen costo”, indica. 

Para las personas ajenas al territorio, la situación es distinta. Aunque relata Cotes que anteriormente sí se hacían servicios fúnebres para personas de afuera, hoy no pueden permitírselo. 

“Hace aproximadamente seis años, en vista del crecimiento de la comunidad, hicimos un proceso de caracterización, para ver cuántas bóvedas tenía y el proceso de ampliación, eso nos reflejó que el cementerio ya iba siendo poco para el incremento tan rápido que estaba teniendo la población taganguera. Por eso optamos por sacar una resolución en la que dice que el cementerio únicamente es para los nativos y para aquellos que tengan algún parentesco con la gente de aquí”, estableció. 

En camposanto cuenta aproximadamente con 285 bóvedas, en su gran parte ocupadas y con precios bajos de alquiler, que se establecen directamente con los propietarios de las bóvedas. “Hoy el cementerio no tiene un metro más de tierra para otorgarle a más nadie”, añade. 


Las excepciones que contemplan, son relacionadas únicamente con labores sociales, cuando las Juntas de Acción Comunal de otros sectores solicitan apoyo o cuando ciudadanos migrantes no cuentan con los recursos para la sepultura de alguien cercano, sin embargo, aclara, se trata de situaciones muy escasas pues suelen ser muy selectivos en ese aspecto. 

El mantenimiento está a cargo de un comité, que hace parte de la corporación. Los fondos para tal fin provienen principalmente de la actividad pesquera, además, a cada propietario de bóveda se le cobra una cuota de mensual de $10 mil, pero asegura que son pocos quienes la pagan puntualmente. 

“Es nuestra responsabilidad mantener el cementerio, no contamos con ayuda del Distrito ni de ningún ente porque lo manejamos directamente acá, es un caso especial, pero sí somos supervisado por la Secretaría de Salud”, concluye. 

Parque Cementerio Jardines de Jerusalén 

Desde hace alrededor de 12, el parque cementerio Jardines de Jerusalén se encuentra a disposición de todos los samarios. Se trata de un espacio de 8 hectáreas de terreno, localizadas en medio de la naturaleza. 

El camposanto cuenta con un área total de 8 hectáreas.


De acuerdo con la información entregada a EL INFORMADOR por Rodolfo Castrillón, administrador del sitio, actualmente cuentan con 26.000 sepulturas y 15.000 osarios, así como salas de velación, cafetería, capilla, morgue y parqueaderos.

“Todas las inhumaciones se hacen en áreas de terrenos cubiertos enteramente por grama, es un espacio natural, no son bóvedas sino sepulturas en tierra. Nuestro convenio principal es con la funeraria americana, una de las que contiene mayor trayectoria en Santa Marta, con ellos tenemos el servicio de planes exequiales y también en cuanto a lo que se refiere a lotes y osarios, dependiendo de la necesidad de las personas”, indica Castrillón. 

Los precios, asegura, son relativos, pues están sujetos a detalles como el tipo de cajón que se escoja, el arriendo, por otro lado, se aproxima a los $2.200.000 durante cinco años. El costo de los osarios, va desde $1.500.000 hasta $2.200.000. 

El Parque Cementerio Jardines de Jerusalén completa 12 años brindando servicios a los samarios.


“Son precios muy cómodos teniendo en cuenta el mercado local”, asegura. “El cementerio es propio, con los planes que las personas pagan mes a mes, por un costo aproximado de $30 mil, los beneficiarios tienen cubiertos servicios funerarios, el destino final, o sea el lote por cuatro años, y a parte, cuando termina ese periodo, cubre también el servicio de exhumación y el osario a perpetuidad. Eso quiere decir que pasa a ser propiedad de la persona responsable”, explica. 


La caridad también es uno de los pilares tomados en cuenta por este camposanto, en ocasiones acceden a ofrecer ayuda a aquellos que estén en mayor necesidad, permitiéndoles dar una despedida digna. 

Cementerio San Jacinto de Gaira 

Gaira, el antiguo corregimiento, hoy barrio de Santa Marta, también cuenta con su propio espacio para el descanso eterno de sus habitantes. 

Se trata del cementerio parroquial San Jacinto, hoy bajo una administración compartida entre la parroquia, dirigida por el padre Jhon Trujillo, y la Junta de Acción Comunal. 

El cementerio parroquial San Jacinto de Gaira fue construido en 1971, sobre un terreno donado por la Gobernación del Magdalena.


De acuerdo con la información suministrada por Trujillo a este medio de comunicación, el camposanto se construyó en un lote donado por la Gobernación del Magdalena en 1971, antes funcionaba en el sitio un cementerio que define como muy “parco y pequeño”. 

Fue bautizado como ‘San Jacinto’, en honor a un sacerdote polaco que gozaba de mucha devoción entre los monjes dominicos que habitaron el territorio. “En ese momento estaba cerca la fiesta de San Jacinto y se le puso a la parroquia ese mismo nombre, un 17 de abril”, explicó. 

El cementerio, asegura, ofrece todos los servicios, sin embargo, ya no cuenta con más espacio para construcción ni venta de terrenos, debido a que la mayoría de las familias gaireras ya cuentan con dominio interno de sus bóvedas y osarios. 

Recibió su nombre en honor al sacerdote polaco San Jacinto.


“Los precios de alquiler fluctúan porque todo depende de la gente, las posesiones nuestras, de la iglesia, quedaron muy reducidas porque administradores anteriores vendieron todo, cuando yo llego ya no hay espacio para vender, todo ya había sido adquirido. Los particulares llegan a acuerdos propios entre ellos y nosotros nos convertimos en veedores oficiales para que el proceso sea aceptado y se respete”, indica. 

En el San Jacinto no existe una estadística establecida por bóvedas, lo que dificulta poder dar una cuenta oficial sobre el número total de cañones, no obstante, el sacerdote indica que, a la fecha, son 500 las bóvedas registradas con espacios para sepultura que varían entre sí. 

En cuanto a la caridad, manifiesta que en Gaira este tema se torna difícil, principalmente porque él no cuenta con ninguna bóveda a su disposición. Cuando reciben personas de escasos recursos, es más fácil apelar a la bondad de los pobladores a través de recolectas para ayudar a la gente con los gastos funerarios y, a veces, prestando las bóvedas. 

“La misión de la parroquia era tener 20 bóvedas precisamente para la caridad, para que se prestaran a familias que no tuviera recursos, pero como no se guardó esa prudencia mientras se vendía, y todo el mundo quería comprar, actualmente esa caridad no se puede ejercer como nos gustaría”, añade. 

Así mismo, señala que en la venta de estos espacios los costos y los términos son establecidos entre particulares, pero la actualización de los documentos debe hacerse en la parroquia. “Eso tiene un canon de $350 mil, el traslado de propietarios, para que quede establecido en los libros de propiedad de la iglesia”, concluye.  




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