Miraba la tarde con ojos de angustia,
el sol se perdía en medio de bosques,
y la luna llegaba con la noche mustia,
rompiendo el canto de los bahareques.
Necia se afanó por un corazón herido,
acabó quien más la quería, se marchó,
ya no hubo aquel susurro en su oído,
solo la voz terca de quien jamás amó.
Una lágrima bajó por su tersa mejilla,
recordando los besos atados al cielo,
aquellos que no volverán a su orilla,
resecos ósculos perdidos entre su pelo.
Su sonrisa se volvió voz de hipocresía,
su corazón roto entre el cielo y el mar,
al desamor brindaba toda su pleitesía,
y en el altillo dejó los sueños de amar.