Vicente Torrijos, en Cartografía del conflicto: pautas interpretativas sobre la evolución del conflicto irregular colombiano; hace un análisis iluminando la intersección de la violencia política y la respuesta del Estado en un ciclo que afecta los derechos humanos y dificulta la paz. En él se evidencia que los conflictos prolongados perpetúan la violación de los derechos humanos y que la resolución efectiva pasa por una transformación que garantice esos derechos y cimente la paz.
Héctor Gros Espiell, en El derecho humano a la Paz, argumenta que la paz es un derecho humano esencial, y que cualquier amenaza a ella es una amenaza a los derechos humanos. La lucha contra el terrorismo debe respetar los derechos humanos, lo que implica una paz sustentada en la justicia y el respeto integral de estos derechos. Este autor, coloca a la paz como un derecho que, cuando se viola, repercute en otros derechos humanos. La interrelación es clara: la ausencia de paz refleja una ausencia de condiciones óptimas para el disfrute pleno de los derechos humanos. Así, la lucha por los derechos humanos es simultáneamente una lucha por la paz.
En, Lo común y lo diverso en los conflictos familiares y sociales, Blanca Inés Jiménez Zuluaga, Luz Mery Arias Muñoz y Pablo Emilio Angarita Cañas, hacen una reflexión sobre los conflictos familiares y sociales revelando que el conflicto no es inherentemente negativo, sino una oportunidad para el cambio positivo. Que la resolución efectiva puede fomentar una paz duradera y el respeto por los derechos humanos al transformar las diferencias en puentes para el entendimiento mutuo y la colaboración.
Entonces, los conflictos pueden ser tanto destructivos como constructivos y dependiendo de cómo se manejen pueden ser el principio de una violación de los derechos humanos o el inicio de un proceso de paz. La paz es tanto un derecho humano como un estado deseado que favorece el ejercicio de otros derechos. En ese sentido, los conflictos nos llevan a cuestionar el estado de nuestros derechos y la calidad de nuestra paz; la paz nos desafía a proteger y promover los derechos humanos; y los derechos humanos nos ofrecen un marco para comprender y resolver los conflictos. La intersección de estos elementos es fundamental para abordar los desafíos actuales.
Quiere decir que, el conflicto, puede convertirse en un catalizador para el cambio y la innovación social. No obstante, la clave reside en cómo lo abordamos y transformamos: el aprovechamiento de este para la promoción de los derechos humanos y el fortalecimiento de la paz constituye, sin duda, una de las máximas aspiraciones de cualquier sociedad.
Por otro lado, considero, que la violencia y la violación de los derechos humanos entorpecen el camino hacia la paz. Sin embargo, me parece crucial reflexionar sobre el hecho de que la paz no es simplemente el silencio de las armas, sino una cultura y un sistema de vida que garantiza la dignidad de todas las personas. Personalmente, sostengo que esta visión amplía nuestra comprensión de la paz, situándola no solo como un ideal a alcanzar, sino también como un principio rector de la convivencia.
En síntesis, los conflictos necesitan ser entendidos en su capacidad de generar dinámicas sociales que pueden llevar tanto a la deshumanización como a la resiliencia y el progreso. La paz debe ser forjada con un compromiso inquebrantable hacia los derechos humanos, reconociendo su papel como pilar de sociedades democráticas y equitativas. Y los derechos humanos deben ser la brújula que nos guíe a través de las tormentas de los conflictos y las incertidumbres de la paz.
Para concluir, los tres artículos citados proporcionan un testimonio y una guía para entender las complejidades de nuestro conflicto. El reto que enfrentamos es monumental, pero no inabordable. Estoy convencido de que la educación y la reflexión crítica son las herramientas que nos permitirán entrelazar estos conceptos de manera que la paz y los derechos humanos sean el norte y el horizonte de los conflictos de nuestra era.