Al final de la vida

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Escrito por:

Luis Tabares Agudelo

Luis Tabares Agudelo

Columna: Opinión

e-mail: tabaresluis@coruniamericana.edu.co


Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha debatido el valor de la vida y el papel que desempeñan nuestra voluntad y derechos en determinar su rumbo. Hoy, en una era donde la tecnología médica avanza a pasos agigantados, es fundamental plantearnos: ¿qué lugar ocupa la autonomía y la dignidad humana en decisiones tan trascendentales como el final de la vida?

Primero y ante todo, es mi convicción que la dignidad humana debe ser inquebrantable, incluso en el contexto de enfermedades terminales. Al enfrentarnos a estas adversidades, es natural que emerjan emociones potentes como el miedo, la incertidumbre o la esperanza. Sin embargo, por encima de estos sentimientos, está el imperativo moral de garantizar que cada individuo sea tratado con respeto.

Ahora bien, si bien siempre he defendido la idea de que las instituciones deben promover y proteger la dignidad humana, también considero que es esencial respetar la autonomía del paciente. En mi opinión, esta autonomía se manifiesta en el derecho a decidir sobre la propia vida y salud. No obstante, esta libertad conlleva responsabilidades y límites. Aunque las creencias religiosas pueden guiar las decisiones al final de la vida, estas no deben imponerse. La decisión final recae, en última instancia, en el individuo afectado.

Entonces surge que en la relación de la eutanasia y el suicidio medicamente asistido, el debate no debe centrarse únicamente en la legalización. Es esencial contemplar los aspectos éticos, morales y humanos que involucran estas decisiones. La autonomía y la dignidad humana deben ser los pilares fundamentales en cualquier discusión relacionada.

Por otra parte, el acceso a cuidados paliativos debería ser, sin duda alguna, un derecho garantizado por el Estado. En el contexto de enfermedades terminales, estos cuidados ofrecen una oportunidad para mejorar la calidad de vida, proporcionando alivio al sufrimiento y brindando apoyo emocional pues encontramos también pacientes con enfermedades terminales que se aferran a la vida y no desean morir.

Por eso, frente a la encrucijada de decisiones al final de la existencia, es fundamental que la sociedad y las instituciones ofrezcan un espacio para el diálogo y la reflexión. La autonomía del paciente, sus valores y creencias, y la opinión de los profesionales de la salud deben confluir en un equilibrio que respete la dignidad humana. En un mundo en constante cambio, es nuestra responsabilidad ética y moral garantizar que este equilibrio se alcance. Porque, después de todo, es en estos momentos críticos donde se revela la verdadera esencia de nuestra humanidad. Entonces ¿qué decir de la objeción de conciencia de los médicos?

Por lo anterior ¿Hasta qué punto las decisiones individuales están influenciadas por factores externos, como la posición política o las creencias religiosas? Es mi convicción que la posición política puede influir, pero no determinar, las decisiones en nuestros últimos momentos. . No olvidar que cada persona es única, y su elección final estará basada en un mosaico de influencias y experiencias personales.
Para responder, pienso que cada individuo tiene derecho a que sus creencias sean respetadas y consideradas. No obstante, es fundamental que los médicos no impongan su conjunto particular de valores o creencias a sus pacientes. Opino que la toma de decisiones al ocaso de nuestra existencia es profundamente personal, y como tal, debe ser abordada con una combinación de empatía, respeto y profesionalismo.

Para concluir, enfrentar una enfermedad terminal es, sin duda, uno de los retos más profundos que una persona puede experimentar. La mezcla de emociones, creencias, influencias externas y decisiones éticas puede ser abrumadora. Sin embargo, si mantenemos la autonomía y la dignidad humana como pilares centrales de la existencia humana, podemos asegurar que cada individuo reciba el cuidado, respeto y comprensión que merece en sus momentos más vulnerables. La sociedad, en su conjunto, debe trabajar para crear un entorno en el cual estas decisiones se tomen con la mayor integridad, compasión y empatía posible. Porque al final del día, todos merecemos una despedida digna de la vida. .


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