Pido la palabra

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Llevo tiempos escribiendo y pronunciando palabras. Las palabras, esas unidades mínimas de ideas mayores cuando se hilvanan; ese barro, esas fibras, esas témperas, esos pequeños bloques de mármol a la espera de ser esculpidos. Las palabras, agradables al oído, insípidas o amargas.

Las palabras por ahí tiradas, sueltas, desperdigadas, esperando que alguien las tome, las trence, las borde, las suene, las ame, las arme, las armonice.

Las palabras un día andarán solas, se revelarán, existirán por sí mismas, no necesitarán de labios ni gargantas, ni de aparatos ni de antenas ni de satélites, ni de oídos receptores. El mundo será un laberinto de palabras errantes sin origen ni destino conocidos, ni sentido…, babel.

Palabras lanzadas que el viento no podrá desarticular ni esparcir, palabras agudas como saetas que surcarán el aire. ¿Adónde irán las palabras que nadie oye?, ¿esas palabras que se dicen al desgaire? Y aunque sean escuchadas, siempre he pensado que una palabra debe tener un destino final en donde se posa y muere una vez cumplida su misión.

(Quisiera conocer un día ese cementerio de palabras para descubrir tantos misterios, resolver tantos acertijos, comprender tanta historia, responder al fin aquella adivinanza que escuché de niño, y, ¿por qué no?, para esculcar entre sus restos óseos de sílabas y letras, reciclar nuevas palabras y darles un renovado uso, dejándolas volar otra vez con mi boca quieta abierta al cielo, como dejando ir una paloma mensajera).

Si una palabra no encuentra un oído está condenada a vagar en pena por siempre, o hasta que algo la escuche. Tanta gente ha dicho y dice cosas que nadie oye… Unas palabras necias, otras soñadoras, algunas terribles que siguen merodeando al acecho para actuar.

Ya hay congestión de palabras en el mundo, de palabras que se multiplican a la par que las personas; van y vienen, suben y caen, cruzan, chocan entre sí, se unen y forman otras, se reparten de fuentes surtidoras, se alían en frases, se concertan en bandas siniestras, se reclutan en ejércitos ¡ar! un dos tres, vuelan en formaciones migratorias perfectas, se ligan transmutándose en mandalas, mosaicos, sinfonías, aromas, jardines y caleidoscopios. Es que las palabras, todas, son tan dúctiles, generosas e inocentes que permiten el bien, el mal, la guerra, la paz, el amor, el odio y hasta la nada.

Quienes escribimos atrapamos palabras, a veces enteras, a veces en pedazos y las armamos de nuevo. Las fabricamos también, pero hoy es mejor limpiar de palabras el aire para dar espacio a otras nuevas. Porque una urgencia del mundo actual es escuchar las palabras no escuchadas, y al escucharlas permitir que cumplan su misión y puedan descansar en paz.

Es irresponsable liberar una palabra sin destino, es dejarla a la deriva, expósita, y puede caer en malos oídos, en oídos que no la aprecien, o que la descuarticen, o la usen para otros fines perversos, o hasta la asesinen.

Porque hay personas que asesinan palabras y otras que las abortan, o las retienen en una avaricia que crea desconcierto, confusión, ignorancia o esperanzas perpetuas.

Me gustan las palabras de pan, de brisa, de agua fresca, de mar, de arena y de hierba. Me gustan las palabras de algodón, de madera verde, de seda, de miel. Amo las palabras que aman, que besan, que acarician, que consuelan, que enseñan a leer, que preservan a los pueblos, que perdonan, que concilian.

Quiero tus palabras buenas y limpias, lector.

Pidamos la palabra, lector, y construyamos un nuevo diccionario que solo tenga palabras suaves, esponjadas, espumosas, sonrientes, apacibles, sinceras, libres y amorosas, pero a la vez sólidas y firmes, para que cambiemos el lenguaje del mundo, y con ello al mundo usando el poder de la palabra.