En los 40 de García Márquez y de sus putas tristes

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Todavía estamos en octubre, el mes en el que se anuncian los ganadores del Premio Nobel y se terminan las expectativas que despierta tan importante evento. Para los colombianos, este año tuvo un significado especial, pues hace cuatro décadas el nombre de nuestro país quedó inscrito con letras doradas en el libro universal de la literatura. Es preciso, entonces, hablar de Gabriel García Márquez.

     El narrador de Aracataca, después de su extraordinaria acogida en Estocolmo, quedó expuesto a los vaivenes de la crítica literaria del mundo. Nadie escatimó elogios para sus obras. Él, sin embargo, supo que a partir de ese acto apoteósico había adquirido un compromiso, no declarado pero inscrito en su conciencia: tenía la obligación de superar la cima alcanzada con “Cien años de soledad” (1967). Acudió a un recurso que había puesto en práctica después de la publicación de esa emblemática novela; publicó entonces una serie de relatos cortos, que había escrito aquí y allá para exorcizar a sus demonios macondianos: los lectores asiduos recibimos con deleite sus “Doce cuentos peregrinos”, en 1992. 

     Pero García Márquez cargaba el peso de su fama. No podía parar allí, y tal vez le costaba trabajo reaparecer con algo que superara a “Cien años de soledad”. Alguna vez dijo que, si se lo hubiera propuesto, habría podido escribir “Cien años de soledad 2” y continuar con una especie de saga de los Buendía. No quiso repetirse. Por eso escribió “Noticia de un secuestro” (1996), que lo regresó a sus orígenes en el periodismo. Más tarde escribió “Vivir para contarla” (2002), obra que narra solo parte de su vida; confesó que no tendría continuación porque ya no percibía sus recuerdos con nitidez. 

     En el 2004 García Márquez publicó su última novela: “Memoria de mis putas tristes”, obra a la cual queremos referirnos en esta columna periodística. Aunque somos admiradores de nuestro escritor, expondremos conceptos que tal vez muchos lectores no compartan.

     Óscar Collazos, periodista, escritor y crítico literario, en su columna de El Tiempo llamó “noveleta” a “Memoria de mis putas tristes”. No creemos que el apelativo obedezca a envidia o resentimiento; es posible que deseara señalar la distancia que hay entre las mejores producciones del Nobel colombiano y esta última obra. Otro intelectual, cuyo nombre no recordamos ahora, afirmaba que era mejor Fernando Vallejo, autor de “El desbarrancadero” y de “La virgen de los sicarios”. Tal vez sea una exageración irreflexiva. Edmundo López Gómez, autoridad en crítica literaria, dijo que Gabo había bajado la guardia al escribir esa novela. Así lo manifestó en su artículo “Mi lectura de Gabito”. En realidad, no puede negarse que muchos buenos novelistas colombianos no pudieron destacarse como se lo merecían, porque la sombra producida por cada obra de García Márquez los dejaba sumidos en una especie de penumbra literaria. ¡De malas ellos!, diría el laureado Nobel si aún viviera.

     Quisiéramos convencernos de que “Memoria de mis putas tristes” fue solo un receso, un espacio apacible que el autor encontró para tomar impulso antes de continuar con sus propias memorias aplazadas. Nos parece una obra meritoria, sí, pero no del otro mundo. ¿Será que esperábamos mucho más del escritor que creó un universo insuperable en “Cien años de soledad” y más tarde nos mostró la radiografía común de los dictadores tropicales con “El otoño del patriarca”, para complementar los retratos bosquejados en “Tirano Banderas” por el español Ramón del Valle-Inclán, en “El señor presidente” por el  guatemalteco Miguel Ángel Asturias y en “Yo, el supremo” del paraguayo Augusto Roa Bastos? 

     Opinamos que un caso parecido al de García Márquez con su última novela es el de “La fiesta del Chivo” (2000), de Mario Vargas Llosa. En esta obra brilla muy poco la literatura; en cambio, del mismo autor hay que elogiar “Tiempos recios” (2019); ambas novelas se desarrollan en escenarios de Centroamérica.

     Los otros trabajos de Gabo son de lectura obligatoria, si queremos encontrar en su literatura testimonios de nuestra violencia; de la oficial y de la otra. En conclusión, “Memoria de mis putas tristes” nos muestra al Nobel colombiano en sus últimos años de lucidez.



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