Hay que aprender a amarse

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net



Nuestro mundo anda crecido de desórdenes y fuerzas divisorias, pues la falta de respeto y la violación de los derechos humanos, lo han convertido en un diario de muerte contra todos los moradores.  Nadie está seguro en ningún sitio. Ante esta situación, pienso que es un deber de todos activar en la sociedad una conciencia de consideración hacia todos ser vivo,  y también hacia nuestro entorno, aparte de que cada cultura debería incentivar modos y modelos responsables de coexistencias. Subsiguientemente, creo que es fundamental interactuar de otra forma, con un lenguaje más auténtico y cercano, ya que todo ser humano está llamado a entenderse y a ser comprendido por su análogo.


Desde luego, lo prioritario es que la gente en lugar de ejercitarse en el odio, aprenda a amarse. Una especie que en verdad se estima, transforma el mundo y derriba todas las barreras que nos separan. Esta es la cuestión a considerar ante tantas tragedias y necesidades que golpean a nuestros semejantes. El discurso de la venganza nos deja sin nervio y también sin verbo que nos aliente. A propósito, el Secretario General de la ONU, António Guterres, acaba de ser contundente: “La voz, la autoridad y el ejemplo de los líderes religiosos son vitales  para prevenir la incitación a la violencia”. Ciertamente, en un momento en el que las religiones se han tergiversado y manipulado para justificar la marea de hechos violentos, conviene reconsiderar que la mística auténtica es manantial armónico y no fuente de absurdas batallas.

El día que la humanidad, haya aprendido a amarse, no a armarse,  habremos alcanzado el mayor signo de vida, pues nadie morirá nunca, todos seremos recordados por nuestra capacidad comprensiva y por nuestra actitud de donación. La receta de un doctor de la Iglesia, considerado el Santo de la Amabilidad, como San Francisco de Sales,  seguro que nos pone en el buen camino. Este era su clarividente mensaje: “Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando”. Indudablemente, si la vida nos hace pensar en la vida, es el amor también el que nos da amor, y no las condiciones económicas favorables. Cuando uno experimenta un gran afecto en su caminar, todo adquiere otro sentido más del espíritu que del cuerpo, y así, cuando se sufre con el otro, por los otros, se da verdaderamente un sentido de pertenecía que no es un fundirse, pero tampoco un hundirse, sino un partir y un compartir, hasta que se convierta en un estilo existencial, donde el vínculo de la amistad lo es todo, inclusive más que el talento, puesto que es un sentimiento noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el planeta.

Amarse, efectivamente, es impulsar un cultivo diferente al actual, y en el que ha de jugar un papel transcendental la educación, para que el respeto germine con más fuerza si cabe, pues nunca el cambio fue más requerido en un mundo tan desigual y de tantas incoherencias, renombradas como crisis democráticas.  Pongamos, sobre la mesa, el reiterado compromiso del mundo por crear un mejor futuro para todos, para las personas y el planeta, pero no pasamos del intento a la acción, precisamente, por esa falta de autenticidad, de coraje en el cambio del sistema financiero global, más empeñado en otros intereses más mercantilistas que humanos, y aunque nos consta que los países del G20 han movilizado miles de millones de dólares en el último año hacia el desarrollo sostenible, la realidad nos apunta que la economía y la ecología, hoy por hoy, son mundos contrapuestos. Falla esa generosidad, propia del auténtico amor entre las gentes, para unir responsabilidades y no intereses monetarios, que todo lo vician y corrompen.

Ojalá podamos sentirnos ciudadanos del mundo, con lo que esto supone de ética moral y de convivencia armónica, a través de la naturaleza de la que formamos parte y por la que somos el todo. Esa universalidad que nos merecemos hay que ponerla en práctica. Hoy muchas comunidades aún se hallan por debajo de la mayoría de los indicadores sociales y económicos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¿Hasta cuándo? Está visto que nos falta amor y nos sobra adulación. Lo escribió, en verso, el mismo Pablo Neruda: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”.